Una bella invocación oriental reza: “Señor Jesucristo, Hijo de Dios, apiádate de mí, pecador”. Todos los títulos de Jesús resuenan en esta plegaria. En primer lugar, el de Señor –Kýrios-. Así, según los Evangelios, era llamado durante su vida mortal el Hijo de María. Cito, simplemente a modo de ejemplo, algunos pasajes del texto de San Mateo: 8, 2, un leproso se le acerca para suplicarle: “Señor (Kýrie), si quieres puedes purificarme”; es decir, tornarlo kátharos (limpio); la respuesta es “quiero, queda limpio”. El alcance del título se expresa en la actitud del hombre que suplica a Jesús postrándose ante Él con el gesto de la proskýnesis, es decir, lo adora.
En Mt 8, 5 ss, es un Centurión (kekatóntarjos: jefe de cien) quien llama a Jesús Kýrie, al rogarle (parakalōn) que cure a un siervo suyo. 8, 25: Jesús está embarcado con unos discípulos cuando se desata una tormenta que los asusta y los lleva a invocar: “Señor, sálvanos” (Kyrie, sōson). En Mt 8, 11 y siguientes es un jefe (árjōn) a quien se le murió una hijita y ruega a Jesús que la resucite llamándolo Kýrie. El episodio es bien significativo, porque el Señor dice “la niña no está muerta sino dormida”, y la gente se burla de Él. En Mc 5, 41 aparecen las palabras hebreas utilizadas por Jesús: talithá koum. El título Kýrios implica la divinidad, como aparece en la exclamación del incrédulo Tomás: Jn 20, 28: “Señor mío y Dios mío” (ho Kyriós mou kai ho Theós mou).
Jesucristo equivale a Jesús Mesías; el nombre mismo es una profesión de fe. La Iglesia (la tradición cristiana) lo llama así. El nombre Jesús lo puso José, a quien la Escritura llama Justo; así se lo ordenó el Ángel en sueño, que debía llamar (Mt 1, 21: kaleseis) al fruto virginal de su esposa María. El significado de Jesús es YHWH salva; porque Él salvará a su pueblo de todos sus pecados (autos gar sōsei ton laon autou apo tōn amartiōn autōn). Despertado del sueño José obedeció: llevó a su casa a María su esposa y llamó (diálesen) al Niño con el nombre de Jesús. Según el Evangelista, con ese gesto se cumplía la profecía de Is 7, 14; pero en ésta al fruto de la Virgen se lo llamaba Emmanuel, que significa “Dios con nosotros”.
Retomemos el título de Kýrios (Señor). En Mt 8, 2 un leproso se acerca a Jesús y le suplica: Señor (Kýrie), si tú quieres puedes limpiarme (purificarme); la respuesta de Jesús es “quiero, queda limpio”: thelō, katharisthēti, es decir: “hazte cátharos”. Esto lo pide el leproso aclamando a Jesús (prosekýnei). El mismo apelativo de Señor lo expresan en Mt 8, 25 los discípulos que embarcados con Jesús se aterrorizan ante la tormenta que se ha desatado en el lago. Le dicen: Kýrie sōson, es decir, sálvanos.
Los judíos no podían llamar a Jesús, Señor (Kýrios) porque ese título implicaba el reconocimiento de su mesianidad y aun de su divinidad. Así lo vemos expresado en Mt 8, 19: un escriba se dirige a Jesús llamándolo Rabbí (didáskale: maestro). En Mt 9, 11 los fariseos les preguntan a los discípulos de Jesús por qué su Rabbí (didáskale) come con publicanos (recaudadores de impuestos para Roma) y pecadores.
La invocación oriental llama a Jesús, Hijo de Dios. Así se expresa la fe de la Iglesia que, en el primer Concilio, celebrado en Nicea (queda en la actual Turquía), el año 325 (estamos evocándolo, a 1700 años), profesa en su Símbolo el Nombre Hijo de Dios –Kýrios Theou-, y afirma de Él que ha sido engendrado por el Padre desde toda la eternidad; engendrado, es decir, no creado. Es de la misma naturaleza o consustancial al Padre – homoúsios tō Patrí -. Por Él fueron hechas todas las cosas: es Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero. Se expresa luego el misterio de la encarnación del Verbo (Lógos), tal como aparece en el Evangelio de San Juan (Jn 1, 14). La plegaria incluye la súplica: apiádate de mí que soy un pecador. En esta expresión se resumen todos los Salmos bíblicos, en los que queda bien claro que el hombre es un pecador que se confía a la misericordia de Dios.
Yo rezo continuamente esta oración; es mi modo de dirigirme a Dios, que es el Dios Uno y Trino, la Santísima Trinidad a la que glorificamos en la sintética plegaria: “Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo”, que suele acompañar en la devoción católica al Padre Nuestro y al Avemaría.
Una obra maestra de la literatura española del Siglo XVI –el “Siglo de Oro”-, compuesta por Fray Luis de León, se titula: “De los Nombres de Cristo”. En referencia a ella viene el título de este artículo.
AcaPrensa / Mons. Héctor Aguer
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