El temor al apocalipsis climático antropogénico no está bien fundado.
Me animo a publicar aquí este artículo, cuyo tema podría parecer muy ajeno a este blog, dedicado a temas religiosos, por la siguiente razón. Muchos clérigos católicos, ejerciendo una de las peores formas de clericalismo, que es la de presentar sus opiniones personales como doctrina de la Iglesia, sostienen, con base en una teoría científica muy opinable, que todos tenemos ciertamente la obligación moral de contribuir a la descarbonización de la economía para luchar contra una crisis climática que tiene o tendrá consecuencias catastróficas para la humanidad y para el planeta. Procuraré mostrar que esa supuesta obligación moral no está bien fundada.
Los dudosos fundamentos del catastrofismo climático
Hacia 2022-2023, el fin de la emergencia sanitaria debida a la pandemia de COVID-19 trajo consigo un regreso al primer plano del miedo al “cambio climático”. La ansiedad climática, que ha alcanzado niveles asombrosos sobre todo en los países desarrollados de Occidente, responde a la teoría científica del calentamiento global antropogénico catastrófico. Ésta está compuesta de tres afirmaciones principales: hay un calentamiento global, que es causado principalmente por el hombre, y que tendrá consecuencias catastróficas. Conviene examinar atentamente los fundamentos de esas tres afirmaciones.
La primera afirmación (hay un calentamiento global) no es tan sencilla como parece. Si bien la temperatura global registrada aumentó aproximadamente 1 °C desde 1850 hasta hoy (o sea, durante la llamada “era industrial”), la misma curva de temperatura tiene una clara tendencia decreciente en los últimos 100 millones de años. Ese aumento de 1 °C no es extraordinario en sí mismo. Sólo se vuelve preocupante si se demuestra o se asume que fue causado por el hombre y que es el preludio de un calentamiento catastrófico. Algunos objetan que la gran mayoría de las estaciones de medición de temperatura ofrecen datos corrompidos por los efectos de la urbanización, que produce un aumento local del calor. Otros objetan los ajustes, mayormente al alza, que los climatólogos han hecho a los registros históricos de temperatura. Dejaré de lado en esta ocasión esas dos objeciones, aunque no sean menores.
Dando así por bueno, al menos provisionalmente, todo el aumento de temperatura referido, consideremos la segunda afirmación: el calentamiento global moderno es antropogénico. La teoría científica que estamos analizando justifica esa afirmación así: a) durante la era industrial el nivel de dióxido de carbono (CO2) en la atmósfera ascendió de unas 300 a unas 400 ppm (partes por millón); b) en esa misma era hay una correlación estadística positiva entre la temperatura atmosférica y el nivel de CO2; c) el aumento reciente de CO2 se debió fundamentalmente a las emisiones humanas de CO2; y d) el aumento del CO2 causó el aumento de temperatura, por medio del efecto invernadero atmosférico.
Los puntos a) y b) son hechos incuestionables, pero los puntos c) y d) son discutibles y discutidos: esas dos relaciones de causalidad son hipotéticas. Hay incluso algunos científicos que sostienen que el efecto invernadero atmosférico no existe, porque violaría las leyes de la física. Sin llegar a este extremo, no pocos científicos aceptan la existencia de ese efecto, pero niegan que sea la causa principal del calentamiento global moderno. Éste sería causado más bien por los ciclos solares, los ciclos oceánicos u otros de los innumerables factores que influyen en el clima. Otros científicos subrayan que el aumento reciente del CO2 puede tener causas naturales o que en algunas épocas del pasado remoto la correlación entre nivel de CO2 y temperatura fue negativa.
También dejaré de lado en este artículo esas cuatro objeciones, aunque varias de ellas sean muy importantes. Suponiendo (y ya es mucho suponer) que el calentamiento global moderno es antropogénico, consideremos la tercera afirmación: ese calentamiento es o será catastrófico. Esta afirmación es la más dudosa de las tres. Muchos científicos que aceptan que hay un calentamiento global antropogénico aducen que el efecto del aumento del CO2 atmosférico en la temperatura ha sido muy exagerado. Todos los modelos computacionales del clima han sobreestimado mucho el calentamiento global durante décadas. Además, ¿por qué habríamos de pensar que el calentamiento global moderno es desfavorable? No hay motivos válidos para creer que el clima actual es el óptimo y que, por ende, cualquier apartamiento del mismo sería perjudicial.
La Tierra tiene una edad de 4.500 millones de años. Durante casi el 90% de la historia de nuestro planeta la temperatura fue tanto mayor que la actual que no existían los casquetes polares. Los períodos (más fríos) en los que hay casquetes polares se llaman “glaciaciones”. Desde hace 2,6 millones de años estamos en la glaciación cuaternaria. No hay que confundir estas glaciaciones con los períodos glaciales, de menor duración. Cada glaciación se subdivide en períodos glaciales (más fríos) y períodos interglaciales (más cálidos). Ahora estamos en un período interglacial. El período glacial (o “edad de hielo”) más reciente comenzó hace 110.000 años y terminó hace 10.000 años. Por eso el hielo se derrite y los océanos suben: es un proceso que está totalmente fuera de nuestro control. Esos períodos cálidos y fríos se suceden por razones naturales. Cabe esperar que a largo plazo sobrevenga la próxima edad de hielo.
La vida en la Tierra apareció hace 3.500 millones de años y coexistió con temperaturas y niveles de CO2 mucho mayores y mucho menores que los actuales. Floreció incluso durante períodos muy cálidos. La temperatura global actual ronda los 15 °C, pero desde la explosión cámbrica hasta hoy ha variado entre menos de 10 °C y más de 30 °C. Por ejemplo, hace 50 millones de años la temperatura era tan alta que había caimanes en el Océano Ártico. Por otra parte, se cree que el homo sapiens estuvo cerca de la extinción hace unos 70.000 años, durante la última edad de hielo. Es evidente que el frío excesivo mata a mucha más gente que el calor excesivo. Quizás un poco de calentamiento antropogénico nos venga muy bien en la próxima edad de hielo.
Por otra parte, el CO2 atmosférico se redujo de 4.000 ppm hace 500 millones de años a 180 ppm hace 2 millones de años. Dado que las plantas requieren un mínimo de 150 ppm de CO2 para subsistir y que la vida en la Tierra depende en gran medida de la fotosíntesis vegetal, es probable que se haya evitado por poco la extinción de la vida, gracias al providencial aumento del CO2 en los últimos 2 millones de años. Nuestras emisiones de CO2 nos alejan algo más de ese mínimo fatal, no tan lejano. Además, dado que el CO2 es “alimento” para las plantas, esas emisiones están volviendo a la Tierra más “verde”. Por ejemplo, el desierto del Sahara se está achicando. ¿No deberían alegrarse de eso los verdes?
Medidas cada vez más radicales para detener la supuesta crisis climática
El Acuerdo de París, firmado por 196 países en la COP2[1] (2015), estableció la meta de limitar el calentamiento global a una temperatura bastante por debajo de los 2° C, y preferiblemente a 1,5 °C, en comparación con los llamados «niveles preindustriales» (los de 1850-1900). Como en 2015 ese calentamiento global ya había llegado a 1 °C aproximadamente, quedaba un margen de 0,5 °C para llegar al tope elegido. Hoy queda un margen algo menor. En realidad, la cota de 1,5 °C es arbitraria: si se supera no se va a desencadenar ninguna tragedia cósmica.
Por otra parte, el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) ha concluido que, para evitar que el calentamiento global supere la cota de 1,5 °C, las emisiones humanas netas de CO2 deberían disminuir un 45% para 2030 con respecto a los niveles de 2010 y se debería alcanzar el «cero neto» hacia 2050.
Muchos gobiernos se están esforzando para alcanzar esa «neutralidad de carbono» o «descarbonización» de la economía por medio de: 1) la generación de electricidad a partir de energías renovables, sobre todo la energía solar y la energía eólica; 2) la electrificación de todo lo que se pueda electrificar, por ejemplo el transporte.
Pese a los enormes recursos invertidos en las últimas décadas en las energías renovables, no se ha avanzado significativamente hacia la neutralidad de carbono. Desde hace 40 años los combustibles fósiles (petróleo, gas natural y carbón) proporcionan entre el 80% y el 85% de la energía primaria global. Siguen siendo la clave del desarrollo económico.
Además, se estima que hoy (en julio de 2025) hay unos 42 millones de vehículos eléctricos (VE) en uso en el mundo (incluyendo los híbridos), que representan un 3% del total de vehículos en uso. Ese porcentaje aumentará en el futuro próximo a medida que aumenten las ventas de VE, pero es muy improbable que se logre la electrificación total del transporte en el plazo deseado, por las siguientes razones, entre otras: A) Los VE son caros y no se están volviendo baratos. El costo promedio de un VE en Estados Unidos es de US$ 57.0001. B) Los VE todavía tienen problemas importantes de alcance (distancia máxima que se puede recorrer sin recargar la batería), costo de la batería, disponibilidad de puntos de recarga de baterías, etc. C) La sustitución de todos los vehículos a gasolina o diesel por VE requeriría ampliar mucho toda la red eléctrica, las instalaciones mineras y la producción de los minerales requeridos para fabricar baterías, lo que causaría graves problemas económicos y ambientales.
Empero, los catastrofistas no se detienen ante los formidables obstáculos técnicos y económicos que enfrentan sus designios. Por ejemplo, en 2022 los Estados de California y Oregón establecieron la prohibición de la venta de autos a gasolina a partir de 2035, sin disponer de ningún plan viable para alcanzar los objetivos indicados más arriba. Nótese además que avanzar en la electrificación sin avanzar en las energías renovables no sirve para reducir las emisiones de CO2. En muchos países la recarga de las baterías de los VE se hace fundamentalmente con electricidad generada a partir de combustibles fósiles, por lo que, según la lógica de los mismos catastrofistas, el presunto carácter amigable con el clima de los VE es cuestionable.
A pesar de las medidas, cada vez más radicales, adoptadas para combatir la «crisis climática», en los últimos 40 años el nivel de CO2 en la atmósfera siguió aumentado de un modo casi lineal, de 340 a 415 ppm. Pese a su costo inmenso (de muchos billones de dólares), el resultado neto de esas medidas ha sido prácticamente nulo. En un artículo de fecha 04/11/2022 Bjorn Lomborg y Jordan Peterson sostuvieron que es demencial seguir impulsando las mismas políticas climáticas que ya acumulan décadas de fracaso[2].
Además, «descarbonización» es un eslogan simplificador. El objetivo real de los catastrofistas es más ambicioso: la emisión neta nula de todos los gases de efecto invernadero. El CO2 es el más importante de ellos, pero no el único. Muchos ambientalistas y algunos gobiernos están procurando también la reducción de las emisiones de otros dos de esos gases: el metano (CH4) y el óxido nitroso (N2O).
En la COP26 (2021) Estados Unidos y Europa lideraron un compromiso para reducir las emisiones mundiales de metano un 30% en 2030, con respecto a 2020. Greenpeace y otras ONG abogan por «eliminar la carne y los lácteos industriales de nuestra dieta lo antes posible», a fin de cumplir esa meta[3].
Asimismo, varios gobiernos (entre ellos los de Canadá y Países Bajos) están impulsando una restricción drástica del uso de fertilizantes para reducir las emisiones de óxido nitroso. Sri Lanka es un caso paradigmático. En 2021 su gobierno prohibió los fertilizantes y promovió los cultivos orgánicos. Resultados: la producción agrícola cayó abruptamente, el precio de los alimentos aumentó mucho, reaparecieron las hambrunas y hubo grandes disturbios populares, que causaron la caída del gobierno.
Por último, conviene considerar que no pocos catastrofistas abogan por el decrecimiento económico[4]. Según los partidarios del decrecimiento, los habitantes de los países desarrollados deberían aceptar un descenso de su nivel de vida y los de los países en desarrollo deberían dejar de aspirar a un nivel de vida como el de aquellos. Para «salvar al planeta» de una crisis muy dudosa, los pobres deberían seguir siendo pobres. Tal vez por ahí podamos empezar a verle las patas a la sota.
¿Por qué triunfa el catastrofismo climático?
Hasta aquí he procurado mostrar que los fundamentos de la teoría del calentamiento global antropogénico catastrófico son endebles. Ahora procuraré responder a esta posible objeción: si las cosas son así, ¿cómo se explica que hoy casi todos los gobiernos y las grandes empresas, muchas ONG y gran parte de las instituciones académicas e incluso las iglesias estén comprometidos con dicha teoría?
Consideremos primero el ámbito científico. En 1988, cuando se creó el IPCC dentro del sistema de Naciones Unidas, el establishment científico se apresuró a dar por buena la teoría del calentamiento global antropogénico catastrófico. El IPCC nunca analizó a fondo la cuestión de si el pequeño calentamiento global registrado desde 1850 puede ser explicado adecuadamente con base en los muchos factores naturales que inciden en el clima de la Tierra, un sistema complejísimo y caótico. Desde el principio adoptó la idea de que la causa principal de ese calentamiento son las emisiones humanas de CO2 y otros gases de efecto invernadero. Y con el correr del tiempo, pese a casi cuatro décadas de predicciones catastrofistas fallidas, el IPCC ha seguido redoblando su apuesta, relativizando la incertidumbre de los estudios científicos y haciendo afirmaciones cada vez más alarmistas y dudosas.
Los escándalos del Climategate (2009) y el Climategate 2 (2011), causados por revelaciones anónimas de muchos miles de emails y documentos de varios de los principales climatólogos, evidenciaron la corrupción de uno de los procesos científicos más influyentes del mundo contemporáneo: mala praxis científica, manipulaciones fraudulentas, esfuerzos para censurar a los científicos discrepantes, conspiración para ocultar información al público, etc. ¿Por qué científicos prestigiosos incurren en conductas indebidas para hacer triunfar la teoría de que la actividad humana (y no, por ejemplo, el Sol o los océanos) es el factor determinante del clima del planeta? Una posible respuesta, tan simple como triste, es: Follow the money[5]. Hoy a los expertos en ciencias de la Tierra que se adhieren a la teoría del calentamiento global antropogénico catastrófico se les abren muchas perspectivas (cargos académicos importantes, financiamiento gubernamental abundante para sus proyectos de investigación, posibilidades de fama mediática, etc.); en cambio las perspectivas para los que cuestionan o rechazan esa teoría son oscuras (financiamiento escaso o nulo, cargos en peligro, probable defenestración en los medios, etc.), aunque sean científicos eminentes.
Pasemos al ámbito empresarial. Su situación es aún más fácil de explicar. La “economía verde” ya mueve muchísimo dinero. No se trata sólo de los ingentes subsidios gubernamentales a las fuentes de energía renovable. Los principales fondos de inversión del mundo (como BlackRock, Vanguard y otros), que gestionan muchos billones de dólares, dieron hasta hace muy poco gran importancia a los criterios ESG[6] al evaluar las distintas posibilidades de inversión. El criterio ambiental principal, para ellos, era si una inversión contribuye o no a la “descarbonización” de la economía. Por eso casi todas las grandes empresas, incluso las petroleras, abrazaron con entusiasmo la teoría del calentamiento global antropogénico catastrófico y sus consecuencias.
Consideremos por último el ámbito político. Allí, además de los intereses económicos, influyen también factores ideológicos. En mi opinión, hay dos ideologías muy activas detrás del fenómeno analizado.
La primera es el neomarxismo. Después de la desaparición de la URSS y de los regímenes comunistas de Europa Oriental, muchos marxistas se volvieron verdes. Reconocieron que, pese a su constante agitación y propaganda, una revolución proletaria era muy poco probable en las sociedades desarrolladas de Occidente; empero, descubrieron que el ecologismo radical les permite seguir abogando por la eliminación del sistema capitalista, aunque ahora por una razón nueva: ya no para liberar a los proletarios de su explotación por los burgueses, sino para liberar a la Tierra de su explotación por la humanidad.
La segunda es el neomalthusianismo. A quienes sostienen que un crecimiento demográfico excesivo está llevando a la humanidad hacia el desastre, la teoría del calentamiento global antropogénico catastrófico les vino como anillo al dedo para seguir proponiendo o imponiendo sus recetas invariables: anticoncepción, esterilización, aborto, etc. Es importante notar que muchos multimillonarios son neomalthusianos.
Esto no es todo. Muchos políticos comprometidos con la teoría del calentamiento global antropogénico catastrófico no son neomarxistas ni neomalthusianos. Mucho me temo que, en su caso, el atractivo principal de esa teoría sea su utilidad para llegar al poder político y para incrementarlo. Para llegar al poder, porque los múltiples actores poderosos ya muy comprometidos con esa teoría sólo favorecen a los políticos que la apoyan o, al menos, no se le oponen. Para incrementarlo, porque esa teoría tiende a fortalecer cada vez más el dirigismo estatal de la economía y, al crecer el poder del Estado, crece también el poder de los propios políticos.
Hay también políticos que apoyan la teoría del calentamiento global antropogénico catastrófico por motivos no ideológicos ni egoístas. Algunos de ellos lo hacen más bien por inercia. Éstos recuerdan al tipo humano que Hilaire Belloc llamó el Hombre Práctico, caracterizado, según él, por “una incapacidad de definir sus propios principios fundamentales y una incapacidad de seguir las consecuencias derivadas de su propia acción. Estas dos incapacidades proceden de una forma sencilla y deplorable de impotencia: la incapacidad de pensar[7].” Dejado a sí mismo, el Hombre Práctico no produciría ningún resultado coherente, por no tener una doctrina clara. Pero no está en libertad de obrar, sino que es un simple aliado de grandes fuerzas que lo utilizan.
[1] https://www.thetruthaboutcars.com/2022/06/evs-expensive/
[2] https://www.telegraph.co.uk/news/2022/11/04/cop27s-solutions-tackle-climate-change-insane/
[3] https://es.greenpeace.org/es/sala-de-prensa/comunicados/la-promesa-de-reduccion-de-metano-de-la-cop26-elude-la-necesidad-de-reducir-los-combustibles-fosiles/
[4] https://es.wikipedia.org/wiki/Decrecimiento
[5]Sigue el rastro del dinero.
[6] Ambientales, sociales y de gobierno corporativo. Los criterios ESG parecen estar perdiendo fuerza hoy, debido a las políticas seguidas por la segunda Administración Trump.
[7] Hilaire Belloc, El Estado Servil, La Espiga de Oro, Buenos Aires, 1945, p. 137.
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