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PRUEBAS DE LOS ORÍGENES APOSTÓLICO-PATRÍSTICOS DE LA MISA TRIDENTINA I

¿CÓMO SURGIÓ LA MISA ANTIGUA?

 

La Misa Antigua es Apostólica; Dios la enseñó. La Liturgia no es, de hecho, la expresión de un sentimiento de los fieles, sino la oración oficial de la Iglesia; es un dogma rezado que contiene algo eterno, no creado por la mano humana.

 

La Liturgia no es, nunca ha sido, ni podrá ser jamás, la expresión de los sentimientos de los fieles hacia su Creador. Es, más bien, el cumplimiento de su deber hacia Dios, el cual deben expresar conforme a las enseñanzas divinas. Es el llamado ius divinum, o el derecho de Dios a ser adorado según lo establecido por Él.

 

La Liturgia no es una oración cualquiera que los fieles dirigen espontáneamente a Dios, sino «la» oración oficial de la Iglesia: no hay en ella nada que inventar, ni que innovar, ni que adaptar.

 

La Liturgia se fundamenta en la Tradición, fuente de Revelación, al igual que la Sagrada Escritura. «La Liturgia», afirma el liturgista Dom Prosper Guéranger (1805/1875), «es la Tradición misma en su máximo esplendor y solemnidad». Es «el pensamiento más sagrado de la sabiduría de la Iglesia, porque la Iglesia lo ejerce en unión directa con Dios en la confesión de fe, la oración y la alabanza». En otras palabras, la Liturgia es el dogma por el que se ora.

 

Santo Tomás de Aquino (1225-1226/1274) afirma que «per suam passionem Christus initiavit ritum christianæ religionis»; fue Cristo quien inauguró el culto cristiano, iniciándolo incruentamente en la Última Cena y consumandolo en sangre en el Calvario.

 

Los Hechos de los Apóstoles señalan que Jesús, en el tiempo transcurrido entre la Resurrección y la Ascensión, se apareció a los Apóstoles en numerosas ocasiones como “portavoz del reino de Dios”. Una de las tradiciones más antiguas de la Iglesia sostiene que en esas frecuentes reuniones, Él, entre otras cosas, estableció muchos aspectos específicos del culto. ¿Acaso no había dicho antes de morir: “Tengo muchas cosas que decirles que ahora no pueden soportar?”. Jesús cumplio explicándoles detalladamente las distintas partes de la Liturgia.

 

San León Magno (390/461), también conocido como el Papa León I, afirma que «los días transcurridos entre la Resurrección y la Ascensión no transcurrieron en vano, sino que en ellos se confirmaron los sacramentos y se revelaron grandes misterios».

 

San Clemente Papa, discípulo de los Apóstoles (†99), escribiendo a la Comunidad de Corinto, refiere prescripciones positivas del Señor sobre el orden que debe seguirse en las ofrendas, en la jerarquía y en los tiempos de la Liturgia.

 

Si el Señor trazó las líneas fundamentales del culto litúrgico, es de creer que dejó gran libertad a la iniciativa iluminada de los Apóstoles, a quienes había investido de su propia misión divina y a quienes había impartido las facultades necesarias, constituyéndolos no sólo propagadores de la Palabra evangélica, sino también ministros y dispensadores de los Misterios.

 

La potestad litúrgica fue fundada y declarada perpetua para velar por la custodia del depósito de los Sacramentos y demás observancias rituales que el Sumo Pontífice había establecido.

 

Concilio de Trento (1545-1563): en la sesión 22 sobre las augustas ceremonias del Santo Sacrificio de la Misa, declara que las bendiciones místicas, las velas encendidas, las incensaciones, las vestiduras sagradas y, en general, todos los detalles capaces de revelar la majestad de este gran Acto y de conducir las almas de los fieles a la contemplación de las cosas sublimes escondidas en este profundo Misterio, mediante estos signos visibles de religión y de piedad, deben relacionarse con la institución apostólica.

 

Los Apóstoles deben ser considerados, sin duda, los creadores de todas las formas litúrgicas universales; ellos también tuvieron que adaptar el rito, en sus partes móviles, a las costumbres de los países, al genio de los pueblos para facilitar la difusión del Evangelio: de ahí las diferencias que reinan entre algunas Liturgias Orientales, obra más o menos directa de uno o varios Apóstoles, y la Liturgia Occidental, una de las cuales, la de Roma, debe reconocer a San Pedro como su principal autor.

 

San Ireneo , obispo de Lyon (130/140-202), quien, a través de San Policarpo de Esmirna, obispo (+156), se refiere a la tradición efesia de San Juan Evangelista (8/102), refiriéndose a la institución de la Santísima Eucaristía, declara que la Iglesia recibió de los Apóstoles la forma de oblación del Santo Sacrificio: «Y asimismo… [Cristo] afirmó que el cáliz es su sangre y enseñó el nuevo sacrificio [del Nuevo Testamento] que la Iglesia, al recibirlo de los Apóstoles, ofrece a Dios en todo el mundo» (del canal «Corsia dei Servi». Para quienes deseen profundizar, será útil consultar estos artículos).

 

La belleza de la Misa de todos los tiempos y la prueba de sus orígenes apostólico-patrísticos (Segunda parte): San Pío V desarrolla una barrera impenetrable de protección perpetua para la Misa Apostólica. Bajo pena de anatema.

 

La red de ritos y ceremonias que caracteriza la Misa Tridentina evolucionó poco a poco hasta alcanzar una forma casi definitiva a finales del siglo III y fue confirmada por San Gregorio Magno, Papa (590/604).

 

Pero la solicitud maternal de la Iglesia no ha cesado de restaurar y embellecer el rito, quitando de vez en cuando aquellas escorias que amenazaban con obscurecer su primitivo esplendor.

 

Así, el rito antiguo, después del tiempo del Papa Gregorio Magno, continuó desarrollándose en las partes no esenciales: Fortescue explica que: « (…)  todas las modificaciones posteriores fueron adaptadas dentro de la estructura antigua y que las partes más importantes no fueron tocadas”.

 

San Pío V levantó entonces una barrera infranqueable de protección perpetua sobre la Misa Apostólica.

 

El Ordo Missæ, recogido en el Misal del Papa San Pío V (1570), de hecho, salvo algunas pequeñas adiciones y ampliaciones, se corresponde muy estrechamente con el Ordo establecido por el Papa San Gregorio Magno. Tras la Reforma Protestante y el Concilio de Trento, San Pío V dio a la misma Misa de San Gregorio Magno una forma definitiva para su aplicación perpetua.

 

El primer objetivo del Concilio de Trento fue codificar la enseñanza eucarística católica, lo que hizo de manera excelente y en términos claros e inspirados al pronunciar anatema sobre cualquiera que rechazara esa enseñanza.

 

Así, el Concilio de Trento enseña la verdadera y genuina doctrina sobre el venerable y divino sacramento de la Eucaristía, doctrina que la Iglesia Católica siempre ha amado firmemente y amará firmemente hasta el fin del mundo, como fue enseñada por el mismo Cristo Nuestro Señor, por sus Apóstoles y por el Espíritu Santo, que continuamente trae toda la Verdad a la mente de la Iglesia.

 

San Pío V, mediante la Constitución Apostólica: “QUO PRIMUM TEMPORE”, prohibió a todos los hijos de Dios creer, enseñar o predicar sobre la Santísima Eucaristía otra cosa que lo que en ella estaba explicado y definido.

 

No se trató pues de la creación de un nuevo Misal, sino de la restauración del existente, según la costumbre y el rito de los Santos Padres.

 

La llamada Misa “Tridentina” tiene un núcleo central inmutable, establecido por el mismo Cristo, continuado y perfeccionado por los Apóstoles, y preservado intacto a lo largo de dos milenios de historia.

 

LOS VÍNCULOS DOGMÁTICOS PERENNES SOBRE LA SANTA MISA TRIDENTINA DE SAN PÍO V:

 

  1. a) CONSTITUCIÓN APOSTÓLICA QUO PRIMUM TEMPORE IV de San Pío V /1570

 

  1. Por lo tanto, para que todos en todas partes puedan adoptar y observar las tradiciones de la santa Iglesia Romana, Madre y Maestra de las demás Iglesias, ordenamos que en las iglesias de todas las provincias del mundo cristiano: – en las iglesias patriarcales, catedrales, colegiatas y parroquiales del clero secular, así como en las de los Regulares de cualquier Orden y Monasterio, masculinos y femeninos, así como en las de las Órdenes militares, en iglesias o capillas privadas – donde por ley o costumbre se celebre según el rito de la Iglesia Romana, en el futuro y sin límite de tiempo, la Misa, ya sea la Misa Conventual cantada en presencia del coro, o simplemente leída en voz baja, no pueda cantarse ni recitarse de ninguna otra manera que la prescrita por las regulaciones del Misal publicado por Nos; y esto, aun cuando las referidas Iglesias, de todos modos exentas, gozaran de indulto especial de la Sede Apostólica, de costumbre legítima, de privilegio fundado en declaración jurada y confirmado por la Autoridad Apostólica, y de cualquier otra facultad.

 

  1. Sin embargo, mientras que por esta Constitución Nuestra, válida a perpetuidad, privamos a todas las Iglesias arriba mencionadas del uso de sus Misales, que repudiamos total y absolutamente, decretamos y ordenamos, bajo pena de Nuestra indignación, que nada se añada, quite ni cambie jamás a este Misal Nuestro recientemente publicado. Por lo tanto, ordenamos a todos y cada uno de los Patriarcas y Administradores de las Iglesias arriba mencionadas, y a todos los eclesiásticos de cualquier dignidad, rango y preeminencia, incluidos los Cardenales de la Santa Iglesia Romana, imponiéndoles estrictamente en virtud de santa obediencia, que en el futuro abandonen y rechacen total y completamente todas las demás ordenanzas y ritos, sin excepción alguna, contenidos en otros Misales, por antiguos que sean y por muy acostumbrados que estén hasta ahora, y que canten y lean la Misa según el rito, la forma y la norma que hemos prescrito en el presente Misal. y, por tanto, no tengan la audacia de añadir otras ceremonias ni recitar otras oraciones que las contenidas en este Misal.

 

VII. En efecto, en virtud de la Autoridad Apostólica, concedemos a todos los sacerdotes el indulto perpetuo para que puedan seguir, de manera general, en cualquier Iglesia, sin ningún escrúpulo de conciencia ni peligro de incurrir en ninguna penalidad, juicio o censura, este mismo Misal, que, por tanto, tendrán plena facultad para usar libre y lícitamente: de modo que los Prelados, Administradores, Canónigos, Capellanes y demás Sacerdotes seculares, cualquiera que sea su rango, o los Regulares, cualquiera que sea su Orden, no estén obligados a celebrar la Misa de manera diferente a la que hemos prescrito, ni, por otra parte, puedan ser obligados o presionados por nadie a cambiar este Misal.

 

VIII. Asimismo, decretamos y declaramos que estas Cartas no podrán ser revocadas ni disminuidas en ningún momento, sino que permanecerán siempre estables y vigentes. Esto, sin perjuicio de: constituciones y decretos apostólicos previos; constituciones y decretos, tanto generales como particulares, publicados en los Concilios Provinciales y Sinodales; y cualesquiera estatutos y costumbres en contrario, así como el uso de las Iglesias mencionadas, incluso si está respaldado por una prescripción muy antigua e inmemorial, pero que no exceda de doscientos años.

 

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  1. b) LOS DECRETOS DEL CONCILIO DE TRENTO. CÁNONES SOBRE EL SANTÍSIMO SACRAMENTO DE LA MISA

 

  1. Si alguno dijere que en la misa no se ofrece a Dios un verdadero y propio sacrificio, o que el ser ofrecido no significa otra cosa que Cristo se nos da a comer, sea anatema.

 

  1. Si alguien dice que el sacrificio de la misa es solo un sacrificio de alabanza y acción de gracias, o una simple conmemoración del sacrificio ofrecido en la cruz, y no propiciatorio; o que solo beneficia a quien lo recibe; y que no debe ofrecerse por los vivos ni por los muertos, por los pecados, por los castigos, por las satisfacciones ni por otras necesidades, sea anatema.

 

  1. Si alguno dijere que el canon de la Misa contiene errores y por tanto debe ser abolido, sea anatema.

 

  1. Si alguno dijere que las ceremonias, ornamentos y demás signos externos que la Iglesia Católica usa en la celebración de las misas son más bien elementos aptos para fomentar la impiedad que manifestaciones de piedad, sea anatema.

 

  1. Si alguien dice que el rito de la Iglesia Romana, según el cual parte del canon y las palabras de la consagración se pronuncian en voz baja, debe ser reprobado; o que la misa debe celebrarse solo en lengua vernácula; o que al ofrecer el cáliz no se debe mezclar agua con el vino, porque esto sería contrario a la institución de Cristo, sea anatema.

 

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