Tras todo el día en Roma manteniendo conversaciones y escuchando a cardenales, este es nuestro diagnóstico al momento: la izquierda eclesial mueve sus peones, pero no tiene todavía una jugada maestra. Estos son los nombres que suenan con más fuerza entre quienes quieren un sucesor que prolongue —o incluso radicalice— la agenda de Francisco.
De Pietro Parolin, poco más podemos añadir: burócrata hábil, frío diplomático, entregado a la Ostpolitik vaticana y al pacto con Pekín. Un hombre sin brillo, pero con hilos de poder.
Mario Grech, el maltés secretario del Sínodo, supondría directamente la muerte institucional de la Iglesia. Su obsesión por la “sinodalidad” la transformaría en una ONG deliberativa, donde la autoridad magisterial quedaría disuelta en votaciones asamblearias y consensos políticamente correctos. Su pontificado sería un sínodo perpetuo: una eutanasia lenta.
Matteo Zuppi, arzobispo de Bolonia, aparece en muchas quinielas, pero su candidatura está inflada. Es próloguista de James Martin, el jesuita militante del lobby LGTB, y ha defendido explícitamente el uso de esas siglas en el ámbito eclesial. Su cercanía con San Egidio lo convierte en un títere de esa comunidad, y no hay que olvidar su papel como negociador con ETA: alguien que creyó posible dialogar con los asesinos sin exigirles conversión ni reparación. Zuppi es pastoralmente simpático, pero doctrinalmente maleable y políticamente comprometido con la agenda progresista.
Jean-Marc Aveline, arzobispo de Marsella, es el candidato perfecto para quienes sueñan con una Europa sin fronteras ni raíces. Su defensa de la inmigración masiva es casi ideológica, y su visión multicultural lo hace enemigo del concepto mismo de Europa como civilización cristiana. Paradójicamente, en lo litúrgico ha mostrado cierta apertura hacia la tradición, algo que sorprende en su entorno y que le convierte en un candidato algo inclasificable.
José Fuerte Advincula David, arzobispo de Manila, es percibido como el relevo natural del fracasado Tagle, pero su perfil es aún más débil. Los textos que ha producido se consideran teológicamente pobres y de baja altura; nadie en Roma cree que tenga capacidad intelectual para redactar una encíclica. Su candidatura es más una estrategia geográfica que una verdadera apuesta doctrinal o pastoral.
Jean-Paul Vesco, dominico francés y arzobispo de Argel, es una opción africana con acento galo: su trayectoria se debate entre el simbolismo del norte de África y la mirada europeísta. Su perfil es más testimonial que ejecutivo, y su nombre suena más como gesto que como programa.
Y, finalmente, José Tolentino de Mendonça, el tucho portugués, místico erótico, poeta cardenalicio, bibliotecario y archivista de la Iglesia, miembro destacado de la llamada “mafia lavanda”. Hoy ha salido especialmente bravo de las congregaciones generales: sus intervenciones han sido ambiguas, cargadas de guiños al progresismo, y con un tono que deja claro que sabe que su nombre circula como plan B. Su elección, salvo conversión milagrosa, podría ser sinónimo de cisma: no son pocos los que en Roma temen que un pontificado suyo acelere la fractura interna de la Iglesia.
La izquierda eclesial sabe que no tiene un candidato sólido. Su estrategia es multiplicar las cartas, apostar por varios nombres, y estar listos para un plan B si las resistencias se endurecen. Ese plan B, cada vez más evidente, se llama Tolentino. Y su bravuconería de hoy indica que no piensa quedarse a un lado.
AcaPrensa / Jaime Gurpegui / InfoVaticana
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