En los últimos años, pasada la fiebre posconciliar y disipados los miedos a ser señalados como carcas, se ha reavivado el debate litúrgico en torno al regreso a la tradición. Muchos fieles, al descubrir o reencontrar el Vetus Ordo, han experimentado cómo la riqueza de gestos, oraciones y orientación a Dios puede inspirar —en un auténtico círculo virtuoso— una celebración más reverente del Novus Ordo.
En este contexto se oye con frecuencia la expresión: “Novus Ordo bien celebrado”. Pero… ¿qué significa realmente? ¿Es cuestión de voces graves y bien moduladas, de dramatizar la homilía, o de improvisar gestos “para acercar” la Misa a la gente? Elevar la hostia consagrada con una sola mano, caminar por el presbiterio como un monologuista o invitar a los fieles a recitar fórmulas reservadas al sacerdote (“Por Cristo, con Él y en Él…”) pueden nacer de la buena intención, pero no definen una celebración correcta. Al contrario, desvían la atención hacia el celebrante y no hacia el Misterio.
Un Novus Ordo “bien celebrado” no es una cuestión de estilo personal, sino de fidelidad al Misal, recogimiento y conciencia del Sacrificio que se ofrece.
Este decálogo —sin más intención que la de compartir el punto de vista de un seglar necesitado de reverencia— no pretende ser un tratado sobre normativa litúrgica (la Instrucción General del Misal Romano es la referencia vinculante), sino recoger diez señales muy visibles que transmiten reverencia y fe cuando se cumplen.
- El altar, limpio y orientado al Sacrificio
Debe ser único, fijo y centro de la atención (IGMR 117 y 122). Sobre él, solo la cruz y los cirios, con la imagen de Cristo crucificado mirando al celebrante. No es lugar para macetas ni adornos domésticos: es el ara donde se renueva el Sacrificio.
- Vestiduras completas y dignas
Alba, cíngulo, estola y casulla (IGMR 337-347). No es un asunto meramente estético, sino un signo visible del ministerio. Quien cuida su vestimenta transmite que entra en lo más sagrado, no que cumple un trámite.
- El Canon Romano: columna vertebral y memoria viva
La IGMR (n. 365) indica su uso preferente, y nada impide usarlo siempre. Con referencias a Abel, Abraham y Melquisedec —figuras veterotestamentarias del Sacrificio— y la mención de los primeros mártires, el Canon Romano es un hilo que une nuestra liturgia con los orígenes apostólicos. Rezar este Canon proclama que la Misa no es un invento reciente, sino continuidad viva de la fe de siempre.
- El Misal como garante de fidelidad
Aunque el celebrante se sepa el texto, debe leerlo del Misal (IGMR 38-41). No son palabras propias, sino de la Iglesia. Cada oración ha sido discernida y transmitida como parte del tesoro litúrgico. Teatralizar en exceso o recitar de memoria la plegaria no es lo correcto.
- El Mysterium Fidei: señalar el Misterio, no solo el Sacramento
Tras la consagración, el sacerdote proclama: “Este es el misterio de nuestra fe” (fórmula más precisa para ese instante que el término “sacramento”). No es un simple paso a la aclamación del pueblo, sino la proclamación del prodigio que acaba de suceder: la transubstanciación. En el Canon Romano, esta fórmula subraya que lo esencial es lo que Dios obra, no nuestra respuesta.
- Cuidado extremo con las especies consagradas
La IGMR (n. 278) es clara: todo fragmento del Pan consagrado merece la misma veneración que la hostia entera. Mantener juntos el pulgar e índice tras la consagración, incluso al elevar el cáliz, lo enseña sin palabras.
Asimismo, la hostia debe ser consumida inmediatamente y frente al sacerdote; repartirla por los bancos para consumirla después es gravísimo. La comunión, preferiblemente, debe recibirse de rodillas y en la boca, subrayando la humildad ante el Señor. El abuso de ministros extraordinarios de la comunión sin necesidad real no es correcto, y disponer de un reclinatorio facilita y fomenta esta recepción reverente.
- Comulgar en gracia y ofrecer confesión
Es deber pastoral recordar —con caridad y sin ambigüedad— que solo se debe comulgar en estado de gracia. Ofrecer el sacramento de la penitencia antes o después de la Misa es cuidar el alma de los fieles tanto como cuidar la liturgia.
- Nada de recortes: Confiteor y Credo
El “Yo confieso” (IGMR 51-52) y el Kyrie conforman la forma penitencial completa que mejor nos prepara para la Misa. Acortarla no ahorra tiempo y priva al fiel de una apelación importante al examen de conciencia. Además, en días de precepto, el Credo niceno-constantinopolitano (IGMR 67-68) es el más completo y normativo. Suprimirlos empobrece la Misa y omite verdades esenciales de la fe.
- Música que eleva, no que distrae
La música litúrgica debe llevar al recogimiento (SC 116, IGMR 39-40). Improvisar con canciones profanas, por muy bonitas que parezcan, rompe el clima sagrado. Blowing in the Wind (Soplando en el viento) de Bob Dylan es un gran tema, pero no para el ofertorio. Si no hay coro competente, es preferible el rezo o que el sacerdote entone el Ordinario. El coro no es entretenimiento, sino servicio al Misterio.
- Coherencia de gestos y orientación a Dios
Genuflexiones hechas con calma, manos unidas cuando no se usan, elevar la hostia con ambas manos, homilías dadas desde el ambón y no paseando por el presbiterio… La IGMR (42 y 274) recuerda que el lenguaje corporal forma parte del culto. El sacerdote no representa un papel, sino que preside el Sacrificio de Cristo, y sus gestos deben conducir a Dios, no a sí mismo.
Junto a estas diez claves, hay muchas otras prácticas que embellecen y profundizan la celebración: predicar siempre sobre la Palabra proclamada, no sobre asuntos ajenos; usar el incienso en las solemnidades como signo del culto que asciende a Dios; concluir con una oración o un canto a la Virgen adecuados al tiempo litúrgico; y cuidar la disposición interior y exterior de todos.
La Misa está llena de detalles que, vividos con fe, nos abren el corazón al acontecimiento más importante del mundo. Como enseñaba san Alfonso María de Ligorio, la Santa Misa posee valor infinito —“aunque se ofreciera una sola vez, bastaría para salvar al mundo”—; y se atribuye a san Pío de Pietrelcina la expresión: “El mundo podría vivir sin el sol, pero no sin la Santa Misa”. Estas reverencias no aumentan ese valor intrínseco —siempre infinito—, pero sí disponen mejor nuestra alma para recibir con fruto la gracia que el Señor derrama en cada celebración.
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