Acaprensa

Agencia Católica de Prensa

JUBILEO 2025: DIOS LLAMA POR EL NOMBRE, NO POR LA ORIENTACIÓN SEXUAL AcaPrensa / Silere non possum

El 6 de septiembre de 2025, el calendario oficial del Jubileo anuncia un evento titulado «Jubileo de la Asociación La Tenda di Gionata y otras Asociaciones». Sin embargo, este término, intencionadamente genérico, corresponde en realidad a lo que ahora se presenta públicamente como el Jubileo LGBTQ+. Este hecho, más que sorprendente, resulta desconcertante: no porque algunas personas se reúnan en San Pedro para rezar -algo siempre deseable para todos-, sino por la lógica de la organización y el propio nombre del evento.

 

Identificarse mediante etiquetas: una deriva cultural

 

La pregunta no es “quién reza”, sino cómo y por qué se construye un marco narrativo basado en la orientación sexual. Es natural preguntar: ¿existe un Jubileo para las personas heterosexuales? La provocación sirve para resaltar lo absurdo de la categorización. La Iglesia nunca ha considerado a los seres humanos con base en tales coordenadas sociológicas. Cuando la Iglesia ha tomado prestados los criterios clasificatorios de la sociedad -ya sean políticos, económicos o sexuales-, siempre ha resultado en una distorsión de la realidad de la fe . Porque la gracia no opera sobre identidades sociológicas, sino sobre personas reales. Martin Buber, filósofo y teólogo judío, escribió que ” la realidad más auténtica del ser es el encuentro del yo con el tú”. No del yo con la categoría. No del yo con la etiqueta. Sino rostro con rostro, persona con persona. Cada vez que la persona desaparece tras un acrónimo o una bandera, la relación con Dios también se desvanece.

 

¿Inclusión o guetización?

 

Estos eventos se presentan -y a menudo se experimentan- como un signo de inclusión. Pero ¿es realmente inclusión lo que surge de la segmentación? ¿O es, más bien, una forma actualizada de guetización simbólica? Porque identificar a una persona con base en su orientación sexual significa atarla a un rasgo parcial de su existencia. Y esto no solo es reductivo, sino también psicológicamente peligroso.

 

El psiquiatra Viktor Frankl , fundador de la logoterapia, nos recordó con fuerza: «El ser humano es algo más que sus impulsos, sus heridas, sus inclinaciones». La dignidad humana reside en su libertad y su orientación hacia el sentido. Cuando las comunidades se construyen sobre la base de una identidad vinculada a la sexualidad, corremos el riesgo de crear espacios terapéuticos disfrazados de vocaciones eclesiales, comunidades que buscan consuelo en lugar de conversión, reconocimiento en lugar de redención.

 

Lo cual, por otra parte, no sucede. La decisión de censurar el término LGBTQ+ es una clara evidencia de que la Institución prefiere evitar el escándalo, teniendo en cuenta también las protestas de aquellos católicos que se definen como tradicionalistas o fundamentalistas. De esta manera, buscan complacer a todos sin desagradar a nadie. Pero es una operación que traiciona la misión misma para la que existe la Iglesia: proclamar, catequizar y ofrecer criterios de discernimiento. En lugar de explicar por qué el uso de ciertas categorías es engañoso y termina discriminando en lugar de incluir, prefieren un compromiso silencioso, renunciando a formar conciencias.

 

No es sorprendente, además, que estas ideologías sean alardeadas por personas que, durante años, han aclamado el pontificado del Papa Francisco, convencidos de que encontrarán en él la confirmación de sus propias demandas. Una ilusión, en efecto. Porque el propio pontífice, tanto en conversaciones privadas como en apariciones públicas, no ha dudado en usar el término “maricones”, refiriéndose con indiferencia tanto a supuestos homosexuales como a tradicionalistas vistos con recelo. Un lenguaje que revela superficialidad y desprecio, y ciertamente no aceptación.

 

Comunidades “identitarias”: ¿cuál es su fundamento?

 

En los últimos años, con el respaldo de un obispo italiano, ha surgido un grupo laico que se presenta como una verdadera comunidad religiosa, vistiendo hábitos monásticos y adoptando como referente espiritual a uno de esos santos poco conocidos, venerados por su devoción al Corazón de Jesús, y utilizados habitualmente para hacerle decir lo que se quiera, a menudo de forma arbitraria y descontextualizada.

 

¿El denominador común? No una regla de vida, ni un carisma, ni una misión eclesial: sino la orientación sexual y las experiencias de rechazo en seminarios y comunidades religiosas. ¿Es esto suficiente para establecer una experiencia comunitaria cristiana? La pregunta no es ociosa. La Escritura y la Tradición reconocen carismas, no identidades sexuales. El Señor llama a Simón, no al heterosexual. Llama a María Magdalena, no a la mujer con pasado. Llama a cada uno por su nombre. Siempre.

 

El sociólogo Zygmunt Bauman habló de una «sociedad líquida» como una realidad donde las identidades se vuelven frágiles y cambiantes, y precisamente por eso buscan anclas en grupos, movimientos y banderas. Pero la fe no puede convertirse en una respuesta a la crisis de identidad social: está es una llamada a revelar nuestra verdadera identidad, la que recibimos en el Bautismo. La búsqueda compulsiva de un hábito religioso, un cuello, un signo visible de pertenencia, a menudo revela una identidad frágil que nada tiene que ver con la auténtica vocación. En muchos casos, es el síntoma de una personalidad que busca validación, que necesita un símbolo externo para legitimarse y ganar reconocimiento.

 

Entre bautizados y no bautizados

 

La verdadera línea divisoria, para la Iglesia, no es —ni puede ser— entre homosexuales y heterosexuales, entre categorías u orientaciones, sino entre bautizados y no bautizados, entre quienes desean seguir a Cristo y quienes lo rechazan. Esto no significa excluir a nadie: simplemente significa volver a mirar al ser humano con la mirada de Dios, no con la de la sociología del reconocimiento. Incluso Benedicto XVI, en su Jesús de Nazaret, escribió con contundencia: «Dios no nos mira como categorías sociales, sino como hijos. Nos llama a cada uno por nuestro nombre». Este es el horizonte del encuentro con Cristo: no una reunión de categorías, sino una comunión de santos que reconoce una única raíz en la diversidad de vocaciones: el Hijo.

 

Conclusión: más allá de las siglas, hacia el rostro

 

Hoy más que nunca, en una cultura que busca etiquetarnos para hacernos predecibles, controlables y tranquilizadores, la Iglesia debe tener la valentía de resistir las simplificaciones de identidad. Ante Dios, nos presentamos no con siglas, sino con el corazón. La vocación cristiana no está reservada a quienes se identifican con una sigla, sino abierta a todo hombre y mujer que desee seguir al Señor. Y esto se llama simplemente: Iglesia. Sin adjetivos. Sin banderas. Solo personas, solo nombres, solo hijos.

Leave a Reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *