El cardenal Pierbattista Pizzaballa, Patriarca Latino de Jerusalén, y Teófilo III, Patriarca Ortodoxo de Jerusalén, han regresado de Gaza con el corazón roto pero animados por el testimonio de fe, dignidad y esperanza que han encontrado entre los más pobres y devastados. Este es el comunicado íntegro hecho público tras su visita.
Queridos hermanos y hermanas,
El Patriarca Teófilo III y yo hemos regresado de Gaza con el corazón roto. Pero también alentados por el testimonio de muchas personas que conocimos.
Entramos en un lugar de devastación, pero también de humanidad admirable. Caminamos entre el polvo de las ruinas, junto a edificios colapsados y tiendas por todas partes: en patios, callejones, en las calles y en la playa — tiendas que se han convertido en hogares para quienes lo han perdido todo. Estuvimos con familias que han perdido la cuenta de los días de exilio porque no ven horizonte de regreso. Los niños hablaban y jugaban sin inmutarse — ya están acostumbrados al ruido de los bombardeos.
Y, sin embargo, en medio de todo esto, encontramos algo más profundo que la destrucción: la dignidad del espíritu humano que se niega a ser extinguido. Conocimos madres que preparaban comida para otros, enfermeras que curaban heridas con ternura, y personas de todas las religiones que aún rezan al Dios que ve y nunca olvida.
Cristo no está ausente de Gaza. Él está allí — crucificado en los heridos, sepultado bajo los escombros, y sin embargo presente en cada acto de misericordia, en cada vela en la oscuridad, en cada mano tendida al que sufre.
No hemos venido como políticos ni como diplomáticos, sino como pastores. La Iglesia, toda la comunidad cristiana, nunca los abandonará.
Es importante enfatizar y repetir que nuestra misión no es para un grupo específico, sino para todos. Nuestros hospitales, refugios, escuelas, parroquias — San Porfirio, la Sagrada Familia, el Hospital Árabe Al-Ahli, Cáritas — son lugares de encuentro y de compartir para todos: cristianos, musulmanes, creyentes, personas con dudas, refugiados, niños.
La ayuda humanitaria no solo es necesaria — es una cuestión de vida o muerte. Negarla no es un retraso, es una condena. Cada hora sin comida, agua, medicinas y refugio causa un daño profundo.
Lo hemos visto: hombres esperando bajo el sol durante horas con la esperanza de una simple comida. Esta es una humillación difícil de soportar cuando se ve con los propios ojos. Es moralmente inaceptable e injustificable.
Por eso apoyamos la labor de todos los actores humanitarios — locales e internacionales, cristianos y musulmanes, religiosos y laicos — que arriesgan todo para llevar vida a este mar de devastación humana.
Y hoy alzamos nuestra voz en un llamamiento a los líderes de esta región y del mundo: no puede haber futuro basado en el cautiverio, el desplazamiento de los palestinos o la venganza. Debe haber un camino que restaure la vida, la dignidad y toda la humanidad perdida. Hacemos nuestras las palabras del Papa León XIV en el Ángelus del domingo pasado:
“Renuevo mi llamamiento a la comunidad internacional para que respete el derecho humanitario y la obligación de proteger a los civiles, así como la prohibición del castigo colectivo, el uso indiscriminado de la fuerza y el desplazamiento forzado de la población”.
Es hora de poner fin a este sinsentido, terminar la guerra y poner el bien común de las personas como la máxima prioridad.
Rezamos — y pedimos — por la liberación de todos los privados de libertad, por el regreso de los desaparecidos, de los rehenes, y por la sanación de las familias que











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