El obispo Joseph E. Strickland, conocido por su defensa firme de la fe católica, alza la voz en solidaridad con los cristianos perseguidos. En esta reflexión profundamente pastoral, llama a no permanecer indiferentes ante el sufrimiento de nuestros hermanos en la fe, y propone acciones concretas para acompañarlos en su calvario.
Reflexión de un pastor: Solidaridad con los mártires
Recientemente recibí un sincero mensaje de una fiel católica de Estados Unidos, preocupada y afligida por la persecución que sufren los cristianos en Nigeria, Siria y algunas zonas de Oriente Medio. Su sencilla pregunta me llegó al corazón: «¿Hay algo que podamos hacer?».
Sí, hay mucho que debemos hacer.
En primer lugar, debemos negarnos a mirar hacia otro lado. El dolor de la Iglesia perseguida no nos es ajeno. Son nuestros hermanos y hermanas. Sus heridas son las heridas de Cristo. Su sangre clama desde la tierra, y demasiados de los que ocupan puestos de poder, tanto políticos como eclesiásticos, permanecen en silencio.
En Nigeria, los sacerdotes son secuestrados y asesinados. Comunidades católicas enteras son reducidas a cenizas. En Siria e Irak, antiguas comunidades cristianas que alguna vez prosperaron en los primeros siglos de la Iglesia han sido casi exterminadas. Y, sin embargo, en medio de este horror, encontramos una fe radiante. La Iglesia en Nigeria cuenta con una de las asistencias a misa más altas del mundo, y las vocaciones están floreciendo. Estos cristianos, rodeados de peligro, se niegan a negar a Cristo. Viven como mártires en espíritu y, a menudo, en carne y hueso.
Mientras tanto, gran parte de la Iglesia occidental duerme. Debatimos sobre comodidades. Toleramos la herejía. Permanecemos en silencio mientras el Cuerpo de Cristo es desgarrado y sangra.
¿Dónde están las voces de los líderes mundiales? ¿Dónde están las declaraciones urgentes de las naciones poderosas? Hay silencio, porque el sufrimiento de los cristianos no encaja en la narrativa preferida. El martirio no es tendencia. Y así, queda en manos de los fieles, de ti y de mí, levantar el grito de la verdad y llevar la carga del amor.
Nuestro Señor dijo: «Si el mundo os odia, sabed que a mí me ha odiado antes que a vosotros» (Juan 15:18). No nos prometió facilidades, sino la cruz. Y los fieles de África y Oriente Medio llevan esa cruz con un valor que debería hacernos caer de rodillas.
Entonces, ¿qué podemos hacer?
Orar, fervientemente y a diario, por la Iglesia perseguida.
Ayunar: ofrecer sacrificios en solidaridad con aquellos que lo han perdido todo.
Hablar: alzar la voz en defensa de los que no tienen voz.
Vivir la fe: con valentía y públicamente, como ellos, sin avergonzarse del Evangelio.
Ayudar directamente: ponerse en contacto con organizaciones como Ayuda a la Iglesia Necesitada (ACN), la Asociación Católica para el Bienestar del Próximo Oriente (CNEWA) o los Caballeros de Colón para el Socorro a los Refugiados Cristianos. Estos grupos católicos están proporcionando activamente ayuda material, reconstruyendo iglesias y apoyando a los fieles en Nigeria, Siria, Irak y las regiones circundantes. Puedes enviar cartas de apoyo, donativos económicos o intenciones de oración a través de sus sitios web.
Comparte los llamamientos públicos: puedes compartir sus llamamientos públicos en las redes sociales para ampliar la conciencia y movilizar a otros a la causa.
Puede que no estemos llamados a derramar sangre, pero todos estamos llamados a ser testigos. Que la Iglesia que sufre encienda en nosotros un fuego renovado de fidelidad, y que su ejemplo nos recuerde que la Iglesia no está muriendo. Está sangrando. Se está purificando. Y la sangre de los mártires sigue siendo la semilla de la Iglesia.
No los olvidemos nunca. Vivamos de manera digna de su sacrificio.











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