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JORGE LÓPEZ TEULÓN, POSTULADOR DE MÁRTIRES, CONMUEVE CON HISTORIAS DE FE Y SANGRE AcaPrensa / InfoVaticana

En el marco imponente del santuario de Covadonga, donde la historia de España se funde con la fe, tuvo lugar la Jornada Eucarística Mariana de Jóvenes, un encuentro de oración, formación y testimonio que reunió a más de 1700 jóvenes católicos. En este contexto mariano y eucarístico, el sacerdote Jorge López Teulón, postulador de las causas de los mártires de la archidiócesis de Toledo, pronunció una charla conmovedora sobre los mártires de la Iglesia, con especial atención a los mártires de la Eucaristía. Su intervención, lejos de ser una lección de historia, fue una llamada al alma y a la conciencia de los jóvenes, una exhortación a vivir con radicalidad el Evangelio, aún en medio de un mundo que cada vez tolera menos la fe.

 

Desde el principio, Don Jorge enmarcó el testimonio martirial dentro de una visión sobrenatural y profundamente cristiana: “La historia de los mártires no es como la que hacen los historiadores, porque nuestros mártires están en el cielo”. Lo que nos mueve a recordar sus nombres y sus gestos no es el interés en sus verdugos, sino su fidelidad y amor a Cristo, hasta el punto de derramar su sangre. Recordó que desde los primeros siglos de la Iglesia —como tras el incendio de Roma en el año 64— los cristianos fueron perseguidos por el solo hecho de creer en Jesús. “Nunca hemos sabido quién decapitó a Pablo ni quién crucificó a Pedro. No nos ha interesado. Si a la Iglesia le interesa la vida de los asesinos, es para pedir por su conversión, como hacen los mártires, perdonándoles”.

 

El sacerdote trazó una línea continua entre aquellos mártires de los primeros siglos y los de la historia reciente de España, en especial los más de diez mil católicos asesinados durante la persecución religiosa de los años 30. Con tono firme, proclamó una verdad estremecedora: “De los que fueron asesinados, ni uno solo renegó del nombre de Cristo”. No fueron mártires anónimos: eran sacerdotes, monjas, seminaristas, laicos jóvenes y ancianos, mujeres de pueblo, niños, novios, incluso científicos e ingenieros como Francisco Castelló. Todos ellos dieron su vida por Cristo y por la Iglesia, en medio de un clima de odio que, como explicó, venía fermentando desde la Revolución Francesa y que en España estalló con una violencia feroz.

 

Una parte esencial de la charla estuvo dedicada a los mártires de la Eucaristía, aquellos que murieron defendiendo el Cuerpo de Cristo, protegiéndolo con sus vidas. Recordó el caso estremecedor de los mártires de Damasco, un grupo de franciscanos que, durante una persecución druso-musulmana, fueron decapitados justo después de consumir las formas consagradas para evitar su profanación. “El superior, después de consumir la Eucaristía, fue decapitado sobre el mismo altar”, narró. Sus reliquias estaban presentes durante la charla, como silencioso testimonio de una fidelidad absoluta al misterio eucarístico.

 

Relató también el caso de un sacerdote español que, tras haber escapado de una redada, regresó a su parroquia al recordar que había dejado al Santísimo en el sagrario. “Volvió, lo consumió, y entonces huyó. Eso es fe en la Eucaristía”, exclamó. En un tiempo donde muchos católicos han perdido el sentido de lo sagrado, estos ejemplos nos llaman a la adoración y al asombro: “Cuando entramos en la iglesia y nos arrodillamos, lo hacemos porque creemos de verdad que ahí está Cristo vivo”.

 

La conferencia no fue un repaso frío de datos. Fue, sobre todo, un desfile de nombres, rostros, edades y lugares concretos que conmovieron a los asistentes. El joven Santiago Mosquera, de 16 años, congregante mariano de Villanueva de Alcardete, fue detenido solo por pertenecer a una asociación religiosa. Le dieron una paliza brutal, lo fusilaron junto a un grupo de católicos en el cementerio y sobrevivió durante la noche entre los cadáveres. Al amanecer, cuando pidió ayuda, el encargado del cementerio —que había participado en la ejecución— le ofreció llevarlo con su madre si blasfemaba contra Cristo. La respuesta de Santiago fue firme y breve: “Yo no blasfemo”. Entonces, con un pico, le destrozó la cabeza. “Esa era la talla de los nuestros”, dijo Don Jorge. Su madre, ya fallecida cuando se supo la historia, había dejado escrito que quería ofrecer misas por el alma de su hijo. “Esa era la categoría de la gente que vivía en España”, repitió con emoción.

 

Otro testimonio inolvidable fue el de Francisco Castelló Aleu, ingeniero químico de 22 años, fusilado por el solo hecho de ser católico. “¿Por qué me queréis matar?”, preguntó en su juicio. “Porque eres católico”, respondieron. “Pues entonces no preguntéis más. Llevadme a matar”. Dejó tres cartas llenas de serenidad: una a su novia, otra a sus tías, otra a su director espiritual. “Me voy al cielo. Cásate, yo desde allá pediré por ti”. En sus últimas palabras, no había odio ni rencor. Solo gratitud, paz y perdón.

 

Don Jorge advirtió que el testimonio de los mártires no debe generar miedo, sino esperanza. “No vayamos de mártires, pero tampoco dejemos de ser apóstoles”. Nuestra persecución —advirtió— es hoy más sutil: el relativismo, el desprecio a la fe, la banalización de lo sagrado, la presión cultural, la indiferencia. Y, sin embargo, también ahí se puede ser mártir, “aunque sea haciendo la cama o cuidando con amor al prójimo”.

 

Como telón de fondo, recordó la continuidad de la persecución a lo largo del tiempo: desde Santa Leocadia en Toledo (año 303), pasando por San Pelayo martirizado por resistirse a la lujuria del emir, hasta los monjes de Viaceli en Santander, cuyos labios fueron cosidos con alambre y sus cuerpos arrojados al mar. Todas estas historias tienen un mismo hilo: el amor a Cristo y a su Iglesia. “Esta no es una historia de horror, es una historia de gracia”.

 

Cerró su intervención con una exhortación clara: “Conocer a los mártires para aprender a perdonar, para ofrecer nuestra vida por la salvación de las almas, por los que se van a morir hoy y no conocen a Cristo, para ser testigos valientes. Porque la sangre de los mártires es semilla de nuevos cristianos”.

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