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LA IZQUIERDA NO VE BIEN A SAN JUNÍPERO SERRA: HE AQUÍ EL PORQUÉ

Una campaña de prensa de la izquierda de Estados Unidos contra un gran santo.

 

El artículo de Elizabeth Bruenig en el New York Times, “Los pecados de un santo”, es una extensa crítica a la vida y las acciones de san Junípero Serra. Es tentador llamarlo una obra maestra de difamación, pero no lo es. El artículo recicla antiguos ataques modernistas y anticatólicos que ignoran el registro histórico para actualizar una narrativa trillada sobre la opresión, la tortura y la esclavitud de los indígenas. La autora sitúa a san Junípero entre quienes participaron en la opresión debido a sus esfuerzos por convertir a las tribus indígenas.

 

Al referirse a los “pecados” del santo, la autora intenta modificar la definición de santidad que da la Iglesia para adaptarla a las narrativas modernas. En resumen, este intento contradice la doctrina de la Iglesia, que sostiene que un santo es alguien que ha practicado la virtud hasta un grado heroico, lo cual debe demostrarse tras un cuidadoso examen de la propia vida. La Iglesia garantiza que las acciones, la piedad y la ortodoxia de todo candidato a la santidad sean impecables y dignas de imitación. El proceso de canonización fue en su día extremadamente riguroso. Si alguna de las acusaciones y “pecados” denunciados por la Sra. Bruenig fuera cierta, san Junípero no habría sido canonizado.

 

El envidiable balance del sistema de misiones de California

 

En realidad, ocurre exactamente lo contrario de lo que afirma el artículo. San Junípero Serra fue un sacerdote desinteresado y devoto que dirigió a un grupo de misioneros franciscanos a California en 1769, donde permaneció hasta su muerte por tuberculosis en 1784. A pesar de su mala salud, fundó nueve misiones. Sus sucesores aumentaron el número hasta un total de veintiuna misiones que se extendían a lo largo de ochocientos kilómetros de la costa californiana.

 

El sistema de misiones tenía dos objetivos. Primero, buscaban llevar la fe católica a los nativos californianos. Al mismo tiempo, estos franciscanos eran hombres prácticos. La práctica plena del catolicismo requería tanto educación como acceso a los sacramentos. Para crecer en su nueva fe, los nativos americanos se asentaron cerca de las misiones. Esta necesidad condujo al segundo objetivo: enseñar a los nativos habilidades agrícolas, para que pudieran abandonar el miserable estilo de vida nómada que resultaba en enfermedades, hambre, superstición y guerras con otras tribus.

 

Las misiones tuvieron un éxito extraordinario, tanto espiritual como temporal. Decenas de miles de indígenas de California abrazaron el cristianismo, recibieron los sacramentos y vivieron con virtud cristiana. El catolicismo se mantuvo firme entre sus descendientes durante generaciones. También disfrutaron de prosperidad económica. La Enciclopedia Católica presenta evidencia de esta prosperidad. «Los registros oficiales muestran que, en las veintiuna misiones de Alta California, desde 1770 hasta finales de 1831, cuando cesaron los informes generales, se recolectó una cosecha aproximada de 2.200.000 toneladas de trigo, 600.000 toneladas de cebada, 850.000 toneladas de maíz, 160.000 toneladas de frijoles y 100.000 toneladas de guisantes y lentejas, sin contar las hortalizas, las uvas, las aceitunas y diversas frutas, para las cuales no se requería informar».

 

Los misioneros introdujeron manzanas, naranjas, melocotones, peras, ciruelas, limones, uvas, granadas, aceitunas y nueces. Construyeron sistemas de riego. En su apogeo, las misiones poseían 232.000 cabezas de ganado, 268.000 ovejas y 34.000 caballos. Esta inmensa riqueza benefició a los indígenas, no a los franciscanos, quienes practicaban la pobreza evangélica.

 

La evidencia de los historiadores

 

La narrativa de Bruenig no reconoce las inmensas mejoras materiales que aportaron a la vida de innumerables indígenas. Los historiadores progresistas han transformado una historia de éxito en una calamidad cultural. Argumentan que las abundantes cosechas fueron las armas con las que los opresores españoles transformaron a los nativos de cazadores-recolectores en agricultores expertos.

 

Lejos de ayudar a los indígenas, argumentan que los españoles importaron animales que se comieron todas las plantas silvestres y expulsaron a la caza. Fue el hambre, no la gracia de Dios, lo que impulsó a los nativos americanos a entrar en las misiones, convertirse al cristianismo y adoptar un estilo de vida agrícola. Una vez dentro de la misión, los indígenas oprimidos se vieron obligados a quedarse. No está del todo claro cómo unos pocos miles de españoles lograron destruir millones de hectáreas de desierto y naturaleza, ni cómo unos pocos frailes con cinco o seis soldados lograron mantener cautivos a varios miles de indígenas dentro del complejo misionero.

 

El mito de la opresión

 

Citando a historiadores universitarios contemporáneos, la izquierda ha reconstruido la imagen de la misión como un lugar cruel de tortura, esclavitud y asesinato de indígenas. San Junípero emerge como un participante bienintencionado, pero funcional, en un sistema de colonización que no pudo controlar. Siempre hostiles al cristianismo, estos académicos tienden a presentar la historia tal como la imaginan, en lugar de como fue en realidad.

 

Sin embargo, los relatos históricos de testigos presenciales y observadores posteriores presentan una imagen muy diferente de lo ocurrido en las misiones. Los franciscanos sabían que solo podían evangelizar tratando a los indígenas con extrema bondad, misericordia y comprensión. Explicaron la fe cristiana en su forma más sencilla en las numerosas lenguas indígenas que dominaban.

 

Los frailes desarrollaron reglas para mantener el orden en las misiones, según las costumbres de la época, las cuales eran impuestas por los jefes y guías indígenas. Estas reglas fueron motivo de constantes calumnias contra los franciscanos, quienes defendían a los indígenas de la injusticia y el abuso. La Enciclopedia Católica informa que «las historias de crueldad que prevalecían entre los historiadores prejuiciosos fueron inventadas o exageradas por los enemigos de los frailes, porque estos últimos se interponían entre la codicia de los blancos y la impotencia de los indígenas».

 

Cada misión estaba organizada como una gran familia con dos o tres mil indígenas. Las oraciones matutinas y vespertinas se celebraban en la iglesia. Todos asistían a misa a diario, y los indígenas cantaban con entusiasmo en las misas y otras ceremonias. Las tardes eran un momento de entretenimiento, con música y juegos.

 

La Enciclopedia Católica informa que «la comunidad de neófitos era como una gran familia, encabezada por el padre, título por el cual el misionero era universalmente conocido. Los indígenas acudían a él para todo lo concerniente a su cuerpo y alma. Era su guía y protector».

 

El testimonio de los eruditos

 

La paz que reinaba en las misiones era tal que el historiador protestante Alexander Forbes, quien se encontraba en California en ese momento, quedó impresionado. Declaró que los indígenas mostraban un afecto y una compasión inmensos hacia los misioneros, a quienes consideraban no solo padres y amigos, sino también figuras a las que debían tratar con gran reverencia.

 

El periodista e historiador protestante Charles Fletcher Lummis llegó a California en 1884, cuando el sistema de misiones aún era un recuerdo vivo. Lo describió como «el sistema más justo, humano y equitativo jamás concebido para el trato a los pueblos indígenas».

 

Citando a una autora moderna viva, la Dra. Iris Engstrand, profesora de historia en la Universidad de San Diego, informa que San Junípero «no esclavizó ni maltrató a los indígenas, jamás… Incluso después del incendio de la Misión de San Diego [el 5 de noviembre de 1775], no quería que los indígenas fueran castigados. Quería asegurarse de que recibieran un trato justo».

 

Tales relatos y testimonios difícilmente reflejan la narrativa de opresión narrada por la Sra. Bruenig y sus académicos posmodernos. Quizás una historia de opresión más apropiada que deba ser contada sea la del gobierno mexicano laico y anticatólico, que destruyó el sistema de misiones, causando el sufrimiento de innumerables indígenas católicos.

 

Un hombre de paja

 

La campaña contra San Junípero ahora utiliza el falso testimonio de estos eruditos modernos y parciales para justificar el vandalismo de las iglesias y la demolición de sus estatuas.

 

Los lógicos llamarían a estos ataques “argumentos de hombre de paja”, ya que se basan en una realidad inexistente y la disfrazan con la información justa para atraer la atención de sus desinformados partidarios. Luego queman las estatuas, pretendiendo purgar la historia.

 

La verdadera vida y los hechos de San Junípero no se prestan a tal ataque. Por lo tanto, los historiadores progresistas deben situarlos en una narrativa colonial que puede ser más fácilmente distorsionada para destruir su reputación, intentando convertir al santo en un pecador.

 

Las personas informadas pueden refutar los argumentos falaces aportando hechos que refuten estas narrativas falsas. Los católicos deben oponerse a la calumnia contra San Junípero Serra y la magnífica labor misionera de la Santa Iglesia Católica.

 

AcaPrensa / Edwin Benson / Missainlatino.it

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