Acaprensa

Agencia Católica de Prensa

PABLO DE TARSO: ANFIBIO CULTURAL AcaPrensa / Robert Royal / The Catholic Thing

Durante muchos años, me costó tomarle afecto a san Pablo. Sé que no soy el único. El propio san Pedro escribió: «Sus cartas contienen algunas cosas difíciles de entender». Eso es decir poco. Y, además, están las consecuencias de esa dificultad: «que los ignorantes e inestables tergiversan, como hacen con las demás Escrituras, para su propia perdición» (2 Pedro 3:13). Desde la Reforma protestante, con su énfasis en sola fide, erróneamente derivado de Pablo al aislar esa frase de otras que dijo, ha sido aún más difícil para un católico acercarse al «vaso elegido», el gran evangelizador de los gentiles.

 

Pero a mediados del verano uno desea un respiro de las controversias que ocupan tanto el resto del año. Y por alguna razón, al seguir las lecturas dominicales de los Hechos durante esta Cuaresma y la Pascua, me encontré de nuevo intentando luchar con las cartas de Pablo.

 

Lo único que aún tengo claro sobre él es lo difícil que resulta aprehenderlo. (El erudito protestante N.T. Wright es un buen guía técnico, pero al final sigue enfrentándose a muchos misterios.)

 

Otros personajes de la Iglesia primitiva son más «cercanos», como decimos hoy: Pedro es un poco obtuso (como la mayoría de nosotros); los demás Apóstoles son «humanos» (como nosotros) en que no comprenden al Maestro y, en cambio, parecen ambiciosos, pendencieros e incluso (de varias maneras) en ocasiones escépticos; las santas mujeres que siguieron a Jesús te recuerdan a madres, abuelas, hermanas, esposas y amigas que has conocido.

 

Pablo es sui generis. Sin embargo, al recorrer sus escritos y reflexionar sobre lo que aprendemos de él en los Hechos, me impresionó darme cuenta de que él —o alguien como él— simplemente tenía que surgir en la Iglesia primitiva.

 

Muchas personas se convirtieron durante aquel primer siglo por los grandes milagros y el puro poder de los Apóstoles. Y también estaba la santidad evidente y el heroísmo de los seguidores del Camino, incluso bajo persecución y martirio.

 

No obstante, también se necesitaba a alguien que pudiera explicar este nuevo Espíritu. Y tenía que ser una persona profunda y versada tanto en la tradición judía como en la cultura griega que impregnaba el mundo romano de la época. Ese personaje fue Saulo (nombre hebreo), Pablo (Paulos en griego).

 

Cuando digo que tenía que explicar la Buena Nueva, no quiero decir que siempre tuviera éxito ni siquiera que siempre lo hiciera bien. Es solo que su promedio de bateo (calculo un irreal .700) lo convirtió en el mejor de todos los tiempos (GOAT) de la evangelización cristiana.

 

Y eso a pesar de que hubo personas que consideraban su naturaleza cultural anfibia, que le permitía moverse con facilidad entre las comunidades judías del Mediterráneo y el gran mundo grecorromano, como —hablando claro— una locura certificable. En un episodio poco conocido, por ejemplo, el procurador romano Porcio Festo exclama cuando Pablo, llevado ante el rey Agripa, se lanza en una de sus andanadas verbales: «Pablo, estás loco; tus muchos estudios te vuelven loco» (Hechos 26:24).

 

Si nunca has pensado eso al leer a Pablo, probablemente no hayas prestado suficiente atención. Casi todo intelectual serio puede sentir a veces que sus conocimientos, a los que el mundo da poco valor, son una especie de manía. Pero la manía de Pablo era única.

 

Sin embargo, Pablo no era solo un pensador y escritor fecundo; era un orador cautivador y una presencia imposible de ignorar. No te azotan tres veces con varas, te apedrean y dejan por muerto, te llevan ante autoridades judías y paganas y, en última instancia, te decapitan, a menos que tengas el poder de mover a la gente, a muchos, a favor y en contra.

 

Así que, digas lo que digas sobre la influencia de Pablo, hay que admitir que fue —como diríamos ahora— un gran influencer, incluso sin las redes sociales. Dondequiera que iba, agitaba las aguas.

 

Pero no «hizo un lío». El lío ya estaba allí. Podrías decir que ayudó a poner patas arriba un mundo al revés. Y lo hizo conociendo y comprometiéndose con ese mundo:

 

«Discutía en la sinagoga con judíos y griegos temerosos de Dios, y también en la plaza cada día con los que estaban allí. Un grupo de filósofos epicúreos y estoicos comenzó a discutir con él. Algunos preguntaban: “¿Qué quiere decir este charlatán?” Otros comentaban: “Parece ser pregonero de divinidades extranjeras”». (Hechos 17:17‑18)

 

En efecto. Especialmente como lo hizo en el Areópago de Atenas: «Todos los atenienses y extranjeros que allí estaban no pasaban el tiempo en otra cosa que en contar o escuchar la última novedad» (Hechos 17:21).

 

Así que el afán de novedades no es una obsesión que haya llegado sólo con el auge de las redes digitales y la ubicuidad mundial de los teléfonos inteligentes.

 

La gente me pregunta a menudo qué puede hacer frente a nuestra propia época desordenada. A mí ya me cuesta bastante mantenerme erguido y en movimiento. Pero podríamos aprender de san Pablo que necesitamos conocer nuestra tradición de fe y razón. Conocerla de verdad y, en la medida de lo posible, convertirnos nosotros mismos en anfibios culturales. Y luego llevar todo eso con nosotros, adonde vayamos y con quienes nos encontremos.

 

Como Pablo, a veces las conversaciones cristianas son inoportunas y provocan violencia. Y si quieres presentar de la mejor manera la Fe, debes tener cuidado en cómo planteas las cosas a la gente. Pero en otras ocasiones, probablemente más a menudo de lo que pensamos, tenemos que asumir el riesgo, incluso si significa, como a Pablo, perder la cabeza.

 

Como dijo acertadamente Pablo: «Si predico el evangelio, no es para mí motivo de gloria, pues me es impuesta la obligación. ¡Ay de mí si no anuncio el evangelio!» (1 Corintios 9:16). No hacerlo puede ser precisamente una de las razones por las que hoy experimentamos tantos males.

Leave a Reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *