Las controversias sobre la naturaleza y el papel de la mujer persisten mientras la sociedad moderna avanza hacia la aceptación de una antropología andrógina. En los últimos Juegos Olímpicos, los espectadores fueron testigos de lo surrealista: hombres biológicos golpeando a boxeadoras. A quienes protestaron se les dijo que no existe una forma científica de diferenciar entre hombres y mujeres.
La mentalidad secular ha perdido de vista lo que significa ser mujer. Hay muchas razones para esta trágica desaparición de la feminidad, pero la principal es la negación de la trascendencia, que oscurece la luz que brilla sobre la verdad de nuestra humanidad. Como señala Carrie Gress, la influencia venenosa del feminismo anticristiano ha llevado al “fin de la mujer” porque ya no tenemos respuesta a la pregunta de qué hace que una mujer sea mujer.
En esta fiesta de Edith Stein, Santa Teresa Benedicta de la Cruz, conviene consultar su obra sobre estos temas, por su apertura reflexiva a las profundidades de la existencia humana. Si queremos reconstruir la idea de feminidad, su audaz e inteligente libro Woman es un punto de partida óptimo.
Su biografía es bien conocida: brillante judía atea, discípula del fenomenólogo Edmund Husserl, se convirtió al catolicismo tras leer la autobiografía de Santa Teresa de Ávila. Años después ingresó como carmelita. Cuando los nazis comenzaron a perseguir a los conversos judíos en Holanda, fue enviada a Auschwitz, donde fue ejecutada el 9 de agosto de 1942.
Tras su conversión, se adentró en la metafísica de Santo Tomás de Aquino, que marcó profundamente su desarrollo filosófico. No fue tomista estricta, pero su obra maestra Finite and Eternal Being está claramente inspirada en el tomismo. Encontró una forma original de armonizar la fenomenología moderna con la filosofía medieval tomista.
Stein sigue a Aquino al respaldar una antropología hilemórfica, una antigua idea de raíz aristotélica: la persona es una unidad natural e indivisible de cuerpo material y alma espiritual. El alma penetra y unifica todas las dimensiones físicas y espirituales de la persona.
En Woman, Stein busca demostrar que la naturaleza distintiva de la mujer proviene no solo del cuerpo, sino también del alma. El sexo se determina por el orden dado del cuerpo, informado por un alma que existe ya como masculina o femenina desde su creación. Por tanto, las diferencias sexuales representan dos modos irreductibles de ser una sustancia personal viva.
Aquí Stein se aparta de Aquino, para quien el alma es la misma en todos los miembros de la especie humana, diferenciándose solo al unirse con un cuerpo sexuado. Para Stein, en cambio, el alma es distinta antes de unirse y animar un cuerpo masculino o femenino, de modo que una persona es femenina no solo por su cuerpo, sino también por su alma.
De ahí que hable de una “doble especie”, dada la inmutabilidad de las diferencias entre hombre y mujer. Esta visión antropológica sutil tiene implicaciones para comprender cómo la ideología transgénero socava la profunda unidad cuerpo-alma.
El transgenerismo es una rebelión contra la finitud que impregna nuestro ser. Como insiste Stein, nadie es fuente de su propia existencia, sino que cada uno se encuentra como criatura creada por Dios, hombre o mujer. Si Stein tiene razón, tanto el cuerpo como el alma imponen limitaciones naturales a nuestras elecciones y aspiraciones. Los defensores del transgenerismo, en cambio, nos piden creer que Dios se equivocó al infundir un alma femenina en un cuerpo masculino.
La antropología de Stein fundamenta su reflexión sobre la mujer. Dado que poseen un alma diferente, las mujeres son distintas en su ser de los hombres. ¿Cómo se manifiesta esa diferencia?
De forma sencilla: lo que hace a una mujer es su vocación materna. Los rasgos femeninos —empatía, cuidado, sensibilidad moral— la hacen idealmente apta para la maternidad y la compañía conyugal. El cuerpo y el alma de la mujer están formados menos para luchar y conquistar que para acoger, custodiar y preservar.
La mujer también está mejor protegida contra una visión reducida o unilateral de las personas, lo que es crucial porque su misión implica comprender al ser completo que está bajo su cuidado. Y aunque no todas las mujeres darán a luz, todas pueden ejercer diversas formas de maternidad psicológica o espiritual.
Esta diferenciación sexual se asienta sobre una unidad más fundamental. Hombres y mujeres comparten la misma naturaleza humana, con la misma estructura ontológica: cuerpo físico animado por un alma intelectual. En esta común humanidad se descubre la distinción sexual, que no impide compartir dones y talentos creativos.
Como afirma Stein: “No hay mujer que sea solo mujer; como el hombre, cada una tiene su especialidad y talento individual, y este talento le da capacidad para realizar trabajo profesional”.
Por ello, la vocación natural de la mujer a la compañía conyugal y la maternidad no debería excluir su ejercicio en otras profesiones, especialmente aquellas —como la medicina y la educación— donde sus dones femeninos brillan. Al mismo tiempo, debemos reconocer la dignidad suprema de la maternidad y el matrimonio, que elevan esta vocación por encima de otras ocupaciones seculares.
¿Es correcta la tesis provocadora de Stein sobre el alma femenina? ¿O su creativa reelaboración de Aquino yerra el blanco? ¿Van las asimetrías sexuales más allá del cuerpo sexuado?
Sea cual fuere la respuesta, podemos coincidir en que su voz merece un lugar especial en el coro feminista moderno, pues es la voz clara de una santa y filósofa fiel que puede rescatar del olvido el misterio encantador de la mujer.











Leave a Reply