La idea del libro surgió de conversaciones con Thomas Mancin, con quien comparto la pasión por la historia de las instituciones y la relación entre el poder político y el religioso. Queríamos analizar no solo los conflictos legales y territoriales, sino también cómo la diplomacia, la economía y la doctrina política de la época influyeron en la gestión de un recurso tan estratégico. Mediante una lectura atenta de las fuentes, reconstruimos episodios cruciales que demuestran cómo el equilibrio entre la Iglesia y el Estado nunca fue estático, sino siempre sujeto a redefiniciones y compromisos.
Así lo explica el profesor Matteo Cantori, catedrático de Historia de las Relaciones entre la Iglesia y el Estado y la Santa Sede y la Cooperación Internacional, y postulador de las Causas de los Santos, quien, junto con el oficial del ejército italiano Thomas Manchin, escribió el libro «El León y la Tiara».
¿Por qué ‘El León y la Tiara’?
“El título tiene un fuerte valor simbólico e histórico, evocando dos emblemas que representan dos grandes potencias de la Italia anterior a la unificación: el León de San Marcos, símbolo de la Serenísima República de Venecia, y la Tiara, o triple corona papal, emblema de la autoridad espiritual y temporal de los Estados Pontificios.
A través de estos símbolos, la obra evoca el complejo entramado de relaciones (a menudo dialécticas, a veces conflictivas) entre dos estados que, durante siglos, ejercieron una influencia decisiva sobre una parte significativa de la península itálica. En este contexto, el «Gran Río», el Po, asume el papel tanto de frontera natural como de punto de encuentro entre dos visiones del poder: una secular y republicana, la otra teocrática y universal.
«El León y la Tiara» es una obra en coautoría con Thomas Manchin, publicada por Nuova Editoriale Romani como parte de la colección Auxilia Iuridica, dedicada a estudios jurídicos, históricos e institucionales. La obra busca ser un diálogo entre pasado y presente, derecho e historia, símbolos y territorios.
Entonces, ¿cómo pueden trabajar juntos el “León” y la “Tiara”?
Para responder a esta pregunta, primero hay que recordar que el título «El León y la Tiara» está imbuido de un fuerte significado simbólico. El León evoca el poder temporal de la Serenísima República de Venecia, mientras que la Tiara (o tiara) representa la autoridad espiritual de los Estados Pontificios. Dos poderes distintos, pero profundamente entrelazados en la historia italiana y europea.
Estas dos esferas, la secular y la sagrada, el gobierno civil y el liderazgo espiritual, nunca han sido verdaderamente autónomas entre sí. Al contrario, durante largos siglos han mantenido un equilibrio dinámico, a veces conflictivo, a veces cooperativo, pero casi nunca indiferente. Además, el ciudadano (o, en el lenguaje histórico, el súbdito, el gobernante) nunca vive en una sola dimensión. Forma parte, al mismo tiempo, de un orden jurídico y de una comunidad de fe. Su existencia cotidiana está moldeada por leyes terrenales y valores espirituales, que se entrelazan y se influyen mutuamente.
Precisamente en esta interdependencia reside la posibilidad (y la necesidad) de un diálogo entre León y Tiara: una confrontación entre poder y conciencia, entre normas y moralidad, entre Estado e Iglesia. Este volumen explora esta delicada pero fundamental relación, ofreciendo una reflexión a la vez histórica, jurídica y profundamente humana.
¿Por qué cuenta la historia de una relación entre el Estado Papal y la República de Venecia en el siglo XVI?
La decisión de centrarse en la relación entre los Estados Pontificios y la República de Venecia durante el siglo XVI refleja una doble intención histórico-jurídica. Este período (en particular la segunda mitad del siglo XVI) estuvo marcado por profundas tensiones entre ambas potencias, pero también por importantes intentos de compromiso, mediación y equilibrio de intereses divergentes.
De hecho, el siglo XVI representó un momento crucial en la definición de la relación entre el poder temporal y la autoridad espiritual, entre la autonomía de los estados y las reivindicaciones universales de la Iglesia. En este contexto, la República de Venecia emergió como una entidad política sumamente coherente, capaz de expresar una fuerte identidad unificada no solo institucionalmente, sino también cultural y jurídicamente.
En el siglo XVI, Venecia era mucho más que un estado: era un modelo político, una cosmovisión, un laboratorio para la coexistencia del derecho civil y la sensibilidad religiosa, de la razón de Estado y la libertad de pensamiento. Repasar su relación (a veces conflictiva, a veces diplomática) con los Estados Pontificios significa ahondar en la esencia de una reflexión que aún hoy habla de soberanía, pluralismo jurídico y el difícil pero necesario diálogo entre la autoridad terrenal y las exigencias espirituales.
¿Qué importancia tiene el nombre León en la Iglesia?
El nombre León en la Iglesia no es solo un simple título: es símbolo de extraordinaria fuerza y profunda autoridad moral, capaz de trascender los siglos con un atractivo poderoso y evocador. El nombre mismo evoca un rugido: no solo expresión de poder temporal, sino sobre todo signo de guía, firmeza y protección.
El nombre León es, sin duda, programático. No solo es el nombre que adoptó el papa Pecci tras la muerte de Pío IX, sino que también conmemora al primer papa llamado León. El papa San León Magno detuvo el avance de Atila, salvando vidas en lugar de territorios. Por lo tanto, no debe olvidarse la atención del papa León XIII a las cuestiones sociales. Con la encíclica «Rerum Novarum», abrió la Iglesia a una actitud aún más abierta hacia las clases trabajadoras y a los trabajadores, quienes requerían mayor atención y protección. Así, el último León, como hemos aprendido de sus primeros discursos, parece haber establecido la paz y la preocupación por los que sufren como la piedra angular de su pontificado.
No es sólo el Papa León XIII, el Papa de la revolución industrial, conocido por la encíclica Rerum Novarum, que inauguró una nueva era de compromiso social y de justicia; sino también el primer León, el Papa León I, quien con su sola presencia y autoridad moral detuvo el avance de Atila, rey de los hunos.
El nombre Leo simboliza pues no sólo la soberanía, sino una autoridad moral indiscutible, una figura de referencia sólida y respetada, un primus inter pares (un ‘primero entre iguales’) que se erige como guía segura y apoyo fiable, capaz de ofrecer orientación no sólo a los creyentes, sino también a cuantos, incluso sin fe, reconocen su autoridad ética.
Hoy, inmersos en una revolución digital y social (o mejor dicho, en una revolución social digitalizada), el rugido de León cobra un significado aún más oportuno y necesario. En un mundo en rápida evolución, marcado por desafíos tecnológicos, culturales y humanos, la Iglesia y sus líderes están llamados a encarnar esta autoridad moral, ofreciendo un punto de referencia estable, sabio y valiente. El nombre de León se convierte así en el símbolo de un liderazgo que combina fuerza y sabiduría, autoridad y compasión, representando un faro de esperanza y estabilidad en una era de gran transformación.
¿Cómo será el pontificado del Papa León XIV?
Responde con una sonrisa: “¡No tengo una bola de cristal! Pero ya intuimos algo. En estas primeras semanas, el papa León XIV ha trazado unas directrices claras. En el centro de su mensaje está la paz, invocada con fuerza y perseverancia. El papa Prevost no se enfrenta a una época más compleja que otras. Cada época tiene sus desafíos. La diferencia radica en la capacidad de interpretar los signos de los tiempos y responder con valentía y humildad.
La humildad misma parece ser el sello distintivo de este pontificado. Me viene a la mente San Agustín: «La primera virtud es la humildad. La segunda es la humildad. La tercera es, de nuevo, la humildad». La humildad del Papa León XIV no se expresa con gestos ostentosos, sino mediante la reflexión y la escucha. Es una actitud que busca la sustancia más que la pompa. Sin embargo, creo que aún es demasiado pronto para emitir un juicio. Pero los primeros pasos indican un pontificado atento, con los pies en la tierra y dispuesto a acompañar a la Iglesia en tiempos de cambio, siguiendo los pasos de sus venerables predecesores.
¿Cómo surgió su ‘pasión’ por estudiar la relación entre Iglesia y Estado?
¿Mi pasión? De hecho, creo que todo interés genuino surge de la curiosidad. Es la curiosidad, ese impulso interior de comprender más, de ir más allá de la superficie de las cosas, lo que constituye la raíz más profunda de lo que comúnmente llamamos «pasión». En mi caso, fue precisamente la curiosidad intelectual y espiritual la que me llevó a estudiar la relación entre la Iglesia y el Estado: una relación compleja, rica en matices históricos, legales y religiosos, que ha moldeado nuestra civilización de maneras profundas y, a veces, contradictorias.
Con el tiempo, esta curiosidad se ha transformado en un deseo de mayor exploración, un deseo de investigación, llevado a cabo con sencillez y sin pretensiones, pero con un fuerte sentido de responsabilidad hacia la verdad. Nunca he considerado este interés como algo abstracto o académico, sino más bien como un camino hacia el conocimiento que también cuestiona el presente y tiene mucho que decir sobre el equilibrio entre el poder espiritual y temporal, entre la conciencia y las instituciones.
En definitiva, podría decir que más que una «pasión», fue una llamada al discernimiento, una invitación constante a comprender cómo la fe y la política se han encontrado, se han enfrentado y se han influenciado mutuamente a lo largo de los siglos, y lo que esto puede significar todavía hoy.











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