En una emotiva homilía ha instado a los fieles bretones, franceses y de todo el mundo a redescubrir el verdadero sentido de la ambición cristiana y la importancia de la transmisión de la fe en la familia.
Una de las primeras decisiones de León XIV fue designar al cardenal Robert Sarah como su enviado especial para las celebraciones del 400.º aniversario de las apariciones de Santa Ana en Sainte-Anne-d’Auray, en Bretaña (Francia). El Pontífice destacó entonces la piedad y erudición del purpurado y le encargó presidir los actos que tendrán lugar esta semana. Las reacciones suscitadas por su homilía dan fe de ello.
En una emotiva homilía ha instado a los fieles bretones y franceses a redescubrir el verdadero sentido de la ambición cristiana y la importancia de la transmisión de la fe en la familia.
El Cardenal, que acudió como representante del Santo Padre, subrayó la relevancia de este acontecimiento «no sólo para vuestra diócesis, para toda Bretaña, sino también para toda la Iglesia», estableciendo desde el principio la dimensión universal de la celebración.
La verdadera ambición cristiana
En su homilía advirtió contra una visión materialista de la fe, señalando que los cristianos no deben acudir a Santa Ana de Auray simplemente para pedir prosperidad material. En cambio, definió con claridad cuál debe ser la auténtica aspiración de todo creyente:
«La única ambición cristiana, nos dice Jesús, es seguir a Cristo hasta el sacrificio, hasta la muerte en la Cruz, hasta la entrega de la propia vida por la gloria del Padre y la salvación de las almas.»
El testimonio del martirio
Uno de los momentos más impactantes de la homilía fue cuando el Cardenal habló sobre el martirio como expresión suprema de la fe, recordando a los presentes la situación de los cristianos perseguidos en diversas partes del mundo:
«Hoy, mientras hablamos, en muchas partes del mundo, los cristianos mueren como mártires. Caen bajo las bombas terroristas. Son masacrados, golpeados, encarcelados, hombres, mujeres e incluso niños.»
Con palabras contundentes, el Cardenal interpeló directamente a los fieles europeos sobre su tibieza espiritual:
«El ejemplo de los mártires debe mantener nuestro amor a Dios. Un cristiano que no desea el martirio ya está enfermo»
Sarah explicó que el martirio no solo se realiza «derramando toda la sangre de una vez», sino también «gota a gota cada día», refiriéndose al testimonio cotidiano de quienes son «heroicamente escarnecidos, humillados y despreciados cada día por su fe».
La familia como transmisora de la fe
Gran parte de la homilía estuvo dedicada al papel fundamental de los padres en la transmisión de la fe, comparando su misión con la de Santa Ana, quien educó a la Virgen María:
«A vosotras, madres, Dios os confía una misión. Sois portadoras de un tesoro precioso. A pesar de vuestra debilidad, se os confían las almas de vuestros hijos. ¡Qué misión tan terrible! ¡Qué enorme responsabilidad!»
El Cardenal instó a los padres a no descuidar la dimensión espiritual en la educación de sus hijos:
«No olvidéis transmitirles la fe. No tengáis miedo de dar testimonio de vuestra fe a vuestros hijos. Como dice san Pablo en la primera lectura, creemos. Por eso hablamos.»
Con especial énfasis, Sarah destacó la importancia de la oración familiar:
«En todas las familias cristianas, debemos rezar juntos al menos una vez al día. En todas las familias cristianas debemos enseñar la fe.»
La Tradición como cadena ininterrumpida
Finalizando su mensaje, el Cardenal habló sobre el concepto de Tradición, describiéndola como una «cadena ininterrumpida de la que Cristo es el primer eslabón», y subrayando la responsabilidad de cada generación:
«Esto es la Tradición con mayúscula: transmitir lo que hemos recibido, transmitir lo que Dios reveló a los apóstoles y lo que ha pasado a través de tantas generaciones de cristianos hasta llegar a nosotros.»
La homilía concluyó con un llamado a la perseverancia en la oración, incluso ante el aparente fracaso en la transmisión de la fe, recordando el ejemplo de Santa Mónica, cuyas oraciones por su hijo Agustín fueron finalmente escuchadas.
Esta celebración marca el inicio de un año jubilar que promete ser un tiempo de renovación espiritual para los fieles bretones y para toda la Iglesia universal.
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