Con una solemne celebración en la plaza frente a la Basílica de San Juan de Letrán, el Papa León XIV presidió hoy la Santa Misa en la Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Jesús. Un momento litúrgico lleno de significado eucarístico, que concluyó con la procesión a Santa María la Mayor, donde el Pontífice impartió la bendición eucarística. Una multitud numerosa y acogedora participó en un ambiente de intensa devoción.
En el corazón de su homilía, León XIV recordó el profundo significado del milagro de la multiplicación de los panes , como signo del amor compasivo de Dios y clave para interpretar el misterio eucarístico. «Es hermoso estar con Jesús », comenzó el Papa, subrayando el poder atractivo del Señor que habla, sana y alimenta.
El hambre como signo escatológico
En su homilía, el Papa mostró cómo el hambre del pueblo es más que una emergencia material: es la figura de una condición existencial, un límite que todo hombre experimenta en cuerpo y espíritu. En este horizonte, la Eucaristía se revela no como un acto simbólico, sino como la verdadera respuesta al hambre del hombre. «Con Jesús está todo lo que necesitamos para dar fuerza y sentido a nuestra vida» , dijo León XIV, oponiendo la lógica del cálculo a la del compartir, en la que la pobreza inicial se transforma en abundancia para todos.
Un mensaje que, incluso en el marco litúrgico, no renuncia a una lectura concreta de las injusticias contemporáneas: «La opulencia desperdicia los frutos de la tierra», dijo el Pontífice. La celebración del Corpus Christi se convirtió así en un llamado a la acción y a la responsabilidad cristiana en el mundo: «Compartir el pan, para multiplicar la esperanza, proclama la llegada del Reino de Dios».
El pan que no se consume
En uno de los pasajes más intensos de la homilía, León XIV recordó, citando a San Agustín, que Cristo es «pan que reficit, et non deficit; pan que sumi potest, consumi non potest»: un pan que nutre, pero nunca se agota. Es en esta afirmación que la Eucaristía se revela en su verdad: presencia real, sustancial y transformadora. El Papa reiteró claramente el vínculo entre adoración y misión, entre alimento sacramental y testimonio eclesial: «Nuestra naturaleza hambrienta lleva el signo de una indigencia que se sacia con la gracia de la Eucaristía».
Una procesión eucarística
Tras la Santa Misa, León XIV encabezó la procesión del Corpus Christi, que recorrió las calles entre las dos principales basílicas romanas: San Juan y Santa María la Mayor. Pastores y fieles juntos, en un recorrido que, como explicó el Papa, es signo de la unidad del pueblo cristiano y de su misión: llevar a Cristo a los corazones de todos, para que el hambre espiritual del hombre encuentre respuesta en Aquel que es el pan vivo bajado del cielo.
Benedicto XVI recordó: «En realidad, es erróneo contraponer celebración y adoración, como si compitieran entre sí. Es precisamente lo contrario: el culto al Santísimo Sacramento constituye el ambiente espiritual en el que la comunidad puede celebrar la Eucaristía bien y con verdad. Solo si va precedida, acompañada y seguida de esta actitud interior de fe y adoración, la acción litúrgica puede expresar todo su significado y valor. El encuentro con Jesús en la Santa Misa se realiza verdadera y plenamente cuando la comunidad es capaz de reconocer que Él, en el Sacramento, habita en su casa, nos espera, nos invita a su mesa y, luego, una vez dispersada la asamblea, permanece con nosotros, con su presencia discreta y silenciosa, y nos acompaña con su intercesión, recogiendo continuamente nuestros sacrificios espirituales y ofreciéndolos al Padre»
AcaPrensa / Silere non possum
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