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CON LEÓN XIV, FINALMENTE REGRESA LA LEY NATURAL

 

El Papa en la escuela de Santo Tomás

En su discurso a los parlamentarios, el Papa sitúa la ley natural como punto de referencia para legislar sobre cuestiones éticas, incluidas las relativas a la intimidad personal. Un importante y necesario resurgimiento de la enseñanza de la Iglesia tras años de olvido.

 

Finalmente volvemos al derecho natural. León XIV habló de ello de nuevo en su discurso a los parlamentarios con ocasión del Jubileo de los Gobernantes el 21 de junio. Decimos “volvemos” porque el principio del derecho natural había sido recientemente bastante descuidado por el magisterio, mientras que durante algún tiempo incluso ha sido abandonado o transformado por la teología dominante. A todos nos interesa ver cómo el Papa desarrollará la referencia a su lejano predecesor, de quien tomó su nombre, a su encíclica Rerum novarum y, de forma más general, a la Doctrina Social de la Iglesia. En sus discursos de este primer mes de pontificado ya nos ha dado algunos ejemplos que Compass se apresuró a señalar. Esto sucedió, por ejemplo, cuando recordó el deber de la formación en la Doctrina Social y de entender esta última como orientada a la evangelización. Ahora es el caso del derecho natural.

 

En el discurso antes mencionado, León XIV habló de la «ley natural, no escrita por mano humana, sino reconocida como universal y siempre válida, que encuentra en la naturaleza misma su forma más plausible y convincente». Luego citó a un autor precristiano, Cicerón, quien ya había visto esta ley y la describió con estas palabras: «La ley natural es la recta razón, conforme a la naturaleza, universal, constante y eterna, que con sus mandatos invita al deber, con sus prohibiciones disuade del mal […]. No se permite modificar esta ley ni suprimirla en absoluto, ni es posible abolirla por completo; ni podemos liberarnos de ella mediante el Senado o el pueblo, ni es necesario buscar un comentarista o intérprete. Y no habrá una sola ley en Roma, una sola en Atenas, una sola ahora, una sola en el más allá; sino una sola ley eterna e inmutable que regirá a todos los pueblos en todos los tiempos» (Cicerón, De re publica, III, 22).

 

«La ley natural», continuó el Papa, «universalmente válida más allá de otras creencias de naturaleza más discutible, constituye la brújula con la que orientarse en el legislar y actuar, en particular sobre delicadas cuestiones éticas que hoy se plantean de modo mucho más apremiante que en el pasado, tocando la esfera de la intimidad personal».

 

Estas no son cosas nuevas, sino, como se dijo, la reanudación de lo que siempre ha enseñado el magisterio de la Iglesia. Si estas observaciones parecen nuevas es porque hace mucho tiempo que no las oímos.

 

Los hombres poseen un conocimiento común de algunos principios morales fundamentales que aprenden en el mismo momento en que su inteligencia se abre a la realidad. Esto, de hecho, pretende que el pensamiento humano capte un orden natural y finalista que es fuente, primero, de deberes y luego de derechos. Que esta ley esté escrita «en nuestros corazones», como suele decirse, no significa que sea un sentimiento, sino un conocimiento fruto de la inteligencia humana al comprender el orden de las cosas. Que la ley se llame «natural» significa dos cosas: la primera es que el hombre la conoce por «connaturalidad» o siguiendo su naturaleza inteligente; la segunda es que para él es espontáneo e inmediato —y, por lo tanto, natural en este sentido— conocerla. Por estas razones, León XIV la considera «universalmente válida, plausible y convincente». Todos los hombres comparten su gramática como expresión del conocimiento del sentido común, ese conocimiento que coincide con, o deriva necesariamente de, la primera aprehensión de la realidad por nuestra inteligencia.

 

Un punto merece atención. En teoría, la ley natural es patrimonio de la conciencia humana, pero en la práctica se basa en una visión de las capacidades de la razón humana que solo la religio vera puede garantizar. De hecho, muchas religiones ni siquiera reconocen la posibilidad de una ley natural o la interpretan de forma que la deforma. Esto establece una relación particular entre la doctrina de la ley natural y la religión católica (digamos católica y no cristiana, porque para los protestantes, por ejemplo, existe algún problema). En otras palabras, dado que la naturaleza humana en esta fase caída no se posee plenamente, la ley natural necesita dos apoyos: el de una razón capaz de comprender toda la realidad y el de una religión que apoye y purifique este compromiso en momentos difíciles.

 

Aquí encontramos dos aspectos particulares de la intervención de León XIV. En primer lugar, en nuestra opinión, no es seguro que la Declaración de Derechos Humanos de la ONU, que él parece identificar con la ley natural, se base en la concepción correcta de la razón humana o que sea, por el contrario, fruto de los reduccionismos de la era moderna: una nueva visión de la persona, cierto convencionalismo lockeano, incertidumbres sobre el concepto de «naturaleza» y la secularidad sustancial del marco.

 

En segundo lugar, releamos este pasaje del discurso del Papa: «Para tener un punto de referencia unitario en la acción política, en lugar de excluir a priori, en los procesos de toma de decisiones, la consideración de lo trascendente, será útil buscar en ello lo que une a todos». Acababa de terminar de hablar sobre el diálogo interreligioso. La referencia a lo trascendente es importante —decisiva, en ciertos aspectos— porque la ley natural se refiere a lo inaccesible, pues «no está escrita por manos humanas», y el orden natural del que es expresión nos remite a Dios. Pero no a un trascendente genérico, sino únicamente al Dios único y verdadero, en palabras del Papa Benedicto.

AcaPrensa / Tommaso Scandroglio

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