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HACE 1.700 AÑOS DIO COMIENZO EL CONCILIO DE NICEA

Un día como hoy, hace exactamente 1.700 años, comenzó en la ciudad de Nicea (actual İznik, Turquía) el primer Concilio Ecuménico de la historia de la Iglesia. Convocado por el emperador Constantino el Grande. El Concilio de Nicea constató la plena divinidad de Cristo, consustancial al Padre, y condenó la herejía arriana.

 

El Concilio de Nicea se inscribe en el marco de la transición del cristianismo de una religión perseguida a una fe respaldada por el poder imperial. Tras el Edicto de Milán (313 d.C.), promulgado por Constantino I y Licinio, se garantizó la libertad de culto a los cristianos, lo que permitió su expansión y consolidación. Sin embargo, las controversias teológicas, particularmente la disputa arriana, amenazaban la unidad de la Iglesia y, por ende, la estabilidad del imperio. Constantino, consciente de la necesidad de una religión cohesionada para sostener su autoridad, convocó este concilio en Nicea, una localidad estratégica por su proximidad a Constantinopla y su accesibilidad.

 

La controversia arriana, originada en Alejandría hacia 318 d.C., giraba en torno a la divinidad de Jesucristo. Arrio, presbítero de dicha ciudad, sostenía que el Hijo era una creación del Padre, subordinado en esencia y no eterno. Su doctrina, conocida como arrianismo, generó enfrentamientos que trascendieron el ámbito teológico y provocaron disturbios en centros urbanos clave como Alejandría y Antioquía.

 

Composición del Concilio

 

El concilio reunió a un número estimado de entre 250 y 318 obispos, según fuentes contemporáneas como Eusebio de Cesarea y Atanasio de Alejandría. La mayoría provenía de las provincias orientales del imperio (Egipto, Siria, Asia Menor), con una representación limitada del occidente latino, destacando la presencia de Osio de Córdoba, representante del Papa Silvestre I.

 

Entre los participantes más relevantes se contaban:

 

Alejandro de Alejandría, líder de la facción ortodoxa, defensor de la consustancialidad del Hijo con el Padre.

Atanasio de Alejandría, diácono y figura clave en la articulación de la doctrina ortodoxa.

Arrio, presbítero acusado, quien defendió su posición teológica.

Eusebio de Cesarea, historiador y obispo, moderado en sus simpatías arrianas.

Eusebio de Nicomedia, principal defensor del arrianismo y figura influyente en la corte imperial.

Osio de Córdoba, consejero de Constantino y presidente del concilio.

 

Constantino I desempeñó un papel central, no solo como convocante, sino también como garante de los recursos logísticos, facilitando el traslado de los obispos mediante el cursus publicus. Aunque presidió la apertura del concilio, su intervención se limitó a fomentar el consenso, sin participar directamente en las decisiones teológicas.

 

Deliberaciones y Resoluciones

 

El eje principal del concilio fue la controversia cristológica sobre la relación entre el Padre y el Hijo. Arrio argumentaba que el Hijo, siendo creado, no compartía la eternidad ni la divinidad plena del Padre. En oposición, Alejandro y Atanasio defendían que el Hijo era «engendrado, no creado» y de la misma sustancia (homoousios) que el Padre, un término que fue adoptado para precisar la ortodoxia trinitaria.

 

Tras extensos debates, el concilio promulgó el Credo niceno, una declaración doctrinal que afirmaba que Jesucristo es «el Hijo de Dios, engendrado del Padre, unigénito, es decir, de la sustancia del Padre, Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no creado, consustancial al Padre». Este credo, que fue ampliado durante el I Concilio de Constantinopla, sirvió para condenar explícitamente el arrianismo, declarando anatema a quienes sostuvieran que el Hijo «fue creado» o que «hubo un tiempo en que no existía». Arrio fue excomulgado, exiliado y se ordenó destruir sus escritos.

 

Además de la cuestión teológica, el concilio abordó también asuntos prácticos y disciplinarios:

 

Fecha de la Pascua: Se estableció que la Pascua se celebraría el primer domingo tras la primera luna llena después del equinoccio de primavera, unificando las prácticas litúrgicas.

 

Cánones eclesiásticos: Se promulgaron 20 cánones que regulaban la organización de la Iglesia, incluyendo la prohibición de la auto castración para clérigos, normas para la ordenación episcopal y la reconciliación de los lapsi (cristianos que habían apostatado durante persecuciones).

 

También se reconoció en el canon 6 la preeminencia de las sedes de Roma, Alejandría y Antioquía:

 

“Que las antiguas costumbres prevalezcan en Egipto, Libia y Pentápolis, de modo que el obispo de Alejandría tenga autoridad sobre todas estas regiones, ya que una costumbre similar existe para el obispo de Roma. Asimismo, en Antioquía y en las demás provincias, que se mantengan los privilegios de las iglesias metropolitanas.”

 

Cisma meleciano: Se resolvió parcialmente el conflicto con los melecianos, un grupo rigorista de Egipto, permitiendo su reintegración bajo ciertas condiciones.

 

Impacto y Legado

 

El Concilio de Nicea logró un consenso temporal en torno al Credo, pero no extinguió la controversia arriana, que resurgió en las décadas posteriores, especialmente bajo el emperador Constancio II. Algunos obispos, como Eusebio de Nicomedia, firmaron el credo bajo presión, pero continuaron promoviendo versiones moderadas del arrianismo. Atanasio, firme defensor de la ortodoxia, enfrentó múltiples exilios por su oposición a estas corrientes.

 

A largo plazo, el concilio sentó las bases de la doctrina trinitaria, consolidada en el Concilio de Constantinopla (381 d.C.), y fortaleció la estructura jerárquica de la Iglesia. Asimismo, marcó el inicio de una relación simbiótica entre el poder imperial y la autoridad eclesiástica, un modelo que definiría la cristiandad medieval. La unificación de la fecha de la Pascua y los cánones disciplinarios contribuyeron a la estandarización de las prácticas cristianas, mientras que el Credo de Nicea permanece como un pilar de la teología ortodoxa.

 

Fuentes Primarias

 

Las principales fuentes históricas sobre el Concilio de Nicea incluyen la Vida de Constantino y la Historia Eclesiástica de Eusebio de Cesarea, los tratados de Atanasio de Alejandría (De Decretis y Historia Arianorum), y los relatos de historiadores posteriores como Sócrates Escolástico y Sozomeno. Aunque las actas completas del concilio no se conservan, los cánones y el credo han sido preservados en colecciones posteriores.

AcaPrensa / InfoCatólica

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