Es paradójico contemplar el rostro de dolor de una persona conocida en todo el mundo por su capacidad para hacer reír.
Kelsey Grammer (n. 1955) se hizo un nombre en la historia de la televisión con dos series de humor:
Cheers (1982-1993), la sitcom sobre un entrañable e inolvidable bar de Boston (“donde todos saben cómo te llamas”, decía la canción de la intro) que lanzó a la fama a otras estrellas como Ted Danson, Shelley Long, Woody Harrelson o Kirstie Alley; y su ‘spin-off’ Frasier (1993-2004), donde ejercía el mismo papel de psiquiatra que se muda al otro extremo del país, en Seattle, para vivir junto con su padre, un ex policía. Con sus delirantes rabietas en esta serie ganó dos Globos de Oro y cuatro Emmys, además de innumerables premios de todo tipo.
Pero en la vida del Grammer real han abundado las desgracias. El divorcio de sus padres, el asesinato de su padre cuando él tenía 13 años durante unos disturbios por el asesinato de Martin Luther King y, sobre todo, el secuestro, violación y asesinato en 1975 de su hermana menor, Karen, de 18 años, con quien estaba muy unido. Un hecho que le supuso una depresión y al que él atribuye sus conflictos posteriores con el alcohol y las drogas y sus reiterados fracasos conyugales. Se ha divorciado tres veces y tiene siete hijos de sus distintos matrimonios.
Todos estos pormenores vitales los ha contado por primera vez en un libro recién publicado, Karen. Recuerdos de un hermano (Harper Collins), al cumplirse el quincuagésimo aniversario de la muerte de su hermana. El dolor que le siguen causando aquellos hechos es palpable en la entrevista que le hizo ABC News:
Fue él quien tuvo que reconocer el cadáver de su hermana, cuyo asesino, Freddy Glenn, tras violarla repetidamente en compañía de un cómplice, la apuñaló de forma brutal y la degolló, en una carrera criminal frenética de ambos que dejó cinco muertos en pocas semanas. Fue condenado a la pena capital, conmutada por la cadena perpetua. En 2014, Grammer aceptó el perdón de Glenn porque creyó que era sincero, pero se opuso a su puesta en libertad porque sería “una traición” a su hermana. Murió en la cárcel en 2019.
Sobre el impacto que todo eso ha tenido en su vida, Kelsey afirma que “no es un timbre de honor haber sufrido tanto”: “Simplemente, ese dolor ha sido mi constante compañero… A veces ha sido abrumador”. Escribir el libro le ha ayudado: “Ahora ya no pienso tanto en la muerte de Karen como en su vida… La he recordado y ahora ella camina a mi lado en una forma que para mí era inalcanzable hasta que escribí el libro”.
Un republicano en Hollywood
Aunque durante un tiempo después del asesinato de Karen perdió la fe, luego ha vuelto al cristianismo con lo que denomina en el libro “una fe renqueante”: “No voy a hacer proselitismo, pero tampoco a negar mi fe. No voy a renegar de Jesucristo”, explica.
Kelsey Grammer siempre ha destacado en Hollywood por integrarse en el reducido número de actores y cineastas que se confesaban republicanos antes de Donald Trump y que luego han dado un claro apoyo al hoy presidente.
No es un militante provida en sentido estricto. Se ha declarado ‘pro-choice [que la madre decida si matar o no a su hijo]’ porque considera, y así lo expresa en el libro, que la mujer tiene derecho a hacer lo que quiera con su cuerpo. Sin embargo, sí ha participado en actos provida, como muchos que no comparten el radicalismo pro-abortista que lo ensalza, fomenta y subvenciona incluso hasta el momento antes del nacimiento.
En el libro revela que es responsable de dos abortos: “Sé que mucha gente no tiene problema con el aborto, y aunque yo lo apoyé en el pasado, el aborto de mi hijo me devora el alma”, escribe.
Un grito espeluznante
El primero fue en 1974. Dejó embarazada a su novia, y aunque él quería tener al niño, la chica no quería y él se siente culpable: “No intenté convencerla para salvar su vida. Fue duro para mí y sigue siéndolo. Voluntariamente dejé que mi hijo fuese arrancado del vientre de su madre mediante aspiración. Y lo lamento”.
Años después, su actual esposa, Kayte, esperaba mellizos. Cuando cumplía 13 semanas de embarazo, el saco amniótico de uno de ellos se rompió. Los médicos les dijeron que el bebé moriría y que si seguía creciendo podría causar la muerte de la otra melliza. Kayte y él decidieron abortar al hijo para salvar a la hija, que acabaría naciendo en 2012 y a la que llamaron Faith [Fe].
“Matamos a nuestro hijo para que Faith pudiera vivir. Lloramos cuando vimos cómo se detenía su corazón… Es el mayor dolor que jamás he conocido. El grito de Kayte fue suficiente para perseguir a un hombre toda su vida”, explica, en otra muestra de que el síndrome post-aborto lo sufren también muchos padres por forzar o admitir la muerte violenta de sus hijos no nacidos.
Aunque afirma no querer suscitar polémica, Kelsey Grammer critica a los abortistas: “Hay médicos, o supuestos médicos, que han ejecutado así a generaciones de niños. No sé cómo pueden llamarse a sí mismos médicos. ¿Qué hay de aquello de ‘lo primero de todo, no hacer daño’?”, concluye citando la célebre consigna del juramento hipocrático.
AcaPrensa / C.L. / Religión en Libertad











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