El Papa León XIV ha recibido hoy en audiencia a los Hermanos de las Escuelas Cristianas con motivo del tercer centenario de la aprobación de la Regla del Instituto y el 75.º aniversario del patronazgo de San Juan Bautista de La Salle.
El Papa León XIV ha recibido hoy en audiencia a los Hermanos de las Escuelas Cristianas, en el marco de una doble conmemoración: los 300 años de la promulgación de la bula In apostolicae dignitatis solio, con la que Benedicto XIII aprobó la Regla del Instituto (1725), y el 75.º aniversario de la proclamación de San Juan Bautista de La Salle como patrono celestial de todos los educadores por parte de Pío XII (1950).
En su discurso, el Santo Padre ha subrayado la actualidad del carisma lasaliano, su dimensión misionera y la urgencia de promover nuevas vocaciones, con especial atención a la realidad de los jóvenes.
«Estoy muy contento de recibiros en el tercer centenario de la promulgación de la Bula In apostolicae dignitatis solio, con la que el Papa Benedicto XIII aprobó vuestro Instituto y vuestra Regla», comenzó el Pontífice, destacando también que la celebración coincide con «el 75.º aniversario de la proclamación, por parte del Papa Pío XII, de San Juan Bautista de La Salle como “Patrono celestial de todos los educadores”».
El Papa dedicó su intervención a reflexionar sobre dos aspectos clave del legado lasaliano: la capacidad de leer los signos de los tiempos y la comprensión de la enseñanza como vocación eclesial. En este sentido, recordó cómo el fundador respondió a la petición de ayuda de un laico, Adriano Nyel, para dar origen a «un sistema de enseñanza nuevo: el de las Escuelas cristianas, gratuitas y abiertas a todos»:
«Así, más allá de sus propias intenciones y expectativas, dio vida a un sistema de enseñanza nuevo (…). Entre los elementos innovadores que introdujo en esta revolución pedagógica recordamos la enseñanza dirigida a las clases y no ya a alumnos individuales; la adopción del francés en lugar del latín como lengua de enseñanza (…); la implicación de las familias en los procesos escolares».
Con mirada hacia el presente, el Santo Padre animó a los Hermanos a identificar los desafíos actuales de los jóvenes, como el aislamiento social, el relativismo o la falta de espacios de escucha. «También ellos necesitan ayuda, para hacer crecer en armonía tanta riqueza y para superar aquello que (…) aún puede impedir su desarrollo sano», afirmó. Y añadió:
«Los jóvenes de nuestro tiempo, como los de toda época, son un volcán de vida, de energías, de sentimientos, de ideas. Esto se ve en las cosas maravillosas que saben hacer (…). Pero también ellos necesitan ayuda».
Advirtiendo sobre las nuevas formas de barrera en la comunicación y la convivencia, el Papa señaló: «Pensemos en el aislamiento que provocan los modelos de relación dominantes, cada vez más marcados por la superficialidad, el individualismo y la inestabilidad afectiva; en la difusión de esquemas de pensamiento debilitados por el relativismo; en el predominio de ritmos y estilos de vida en los que no hay suficiente espacio para la escucha, la reflexión y el diálogo». Ante este panorama, invitó a la comunidad educativa a buscar nuevos caminos que respondan con creatividad y fe a estos retos: «Podemos convertir [estos desafíos] en trampolines para explorar caminos, elaborar herramientas y adoptar nuevos lenguajes, con los que seguir tocando el corazón de los alumnos».
El Pontífice destacó asimismo el valor profético de una enseñanza asumida como misión eclesial. «San Juan Bautista de La Salle no quiso que entre los maestros de las Escuelas cristianas hubiera sacerdotes, sino solo “hermanos”, para que todo vuestro esfuerzo se orientase, con la ayuda de Dios, a la educación de los alumnos», recordó. Y añadió: «Le gustaba decir: “Vuestro altar es la cátedra”, promoviendo así en la Iglesia de su tiempo una realidad hasta entonces desconocida».
Esta comprensión de la educación como expresión del munus recibido en el Bautismo la situó en continuidad con las enseñanzas del Concilio Vaticano II. «El carisma de la escuela (…), además de ser un servicio a la sociedad y una preciosa obra de caridad, aparece aún hoy como una de las expresiones más bellas y elocuentes de aquel munus sacerdotal, profético y real que todos hemos recibido en el Bautismo», afirmó citando Lumen gentium.
En el tramo final de su discurso, el Papa expresó su deseo de que crezcan las vocaciones a la vida consagrada lasaliana: «Deseo que crezcan las vocaciones a la vida consagrada lasaliana, que sean alentadas y promovidas, dentro y fuera de vuestras escuelas, y que (…) contribuyan a suscitar entre los jóvenes que las frecuentan caminos de santidad alegres y fecundos».
«¡Gracias por lo que hacéis! Rezo por vosotros y os imparto la Bendición apostólica, que con gusto extiendo a toda la Familia lasaliana», concluyó el Santo Padre.
AcaPrensa / InfoCatólica
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