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SANTA MÓNICA Y MILDRED MARTÍNEZ, LAS DOS “MADRES” DEL PAPA LEÓN XIV

“Todo lo que soy, se lo debo a mi madre”. De este modo, San Agustín, padre espiritual del Papa León XIV, habla de su querida madre, Santa Mónica, en su obra La Piedad con los Difuntos.

 

Esta santa, modelo de madre valiente y perseverante en la fe, quien rezó y luchó sin descanso por la conversión de su hijo, se ha convertido para los católicos —y de modo especial para la Orden de San Agustín—, en un símbolo y un refugio donde experimentar el amor profundo de una madre.

 

En el corazón de Roma, a pocos pasos de la icónica Piazza Navona, en Campo Marzio, se encuentra la basílica de San Agustín, la iglesia madre de los agustinos desde el siglo XIII, por decisión del Papa Alejandro IV.

 

El rector de la basílica, el P. Pasquale Cormio, recibe a ACI Prensa en este templo, uno de los primeros renacentistas erigidos en la Ciudad Eterna, donde además reposan los restos mortales de Santa Mónica, “una mujer muy decidida, muy fuerte, que sintió el deber de guiar a su hijo a la fe”, remarca el sacerdote italiano.

 

Santa Mónica se encontraba en la ciudad portuaria de Ostia (Italia) junto a Agustín y su hijo, Adeodato, cuando falleció en el año 387 debido a una fiebre muy fuerte.

 

Sus reliquias se conservaron en la basílica de Santa Aurea de Ostia, hasta que se trasladaron a la basílica de San Agustín en Roma en el año 1.400.

 

“Las reliquias de la santa se depositaron en una tumba de mármol y, cuando la capilla de Santa Mónica fue renovada, en la segunda mitad del siglo XVIII, fueron trasladadas y colocadas en otro sarcófago bajo el altar en la capilla, tal y como vemos hoy”, explica el sacerdote.

 

Santa Mónica, ejemplo de maternidad

 

Aunque San Agustín, Padre y Doctor de la Iglesia, menciona a su madre en múltiples ocasiones a lo largo de sus escritos, sólo cita su nombre una vez: en su célebre obra Confesiones. Esto, según el P. Pasquale, eleva su maternidad a un nivel aún más profundo, integrando su maternidad “en la esencia misma de su identidad”.

 

Para Agustín —como subraya el sacerdote—, el papel de Mónica fue fundamental en su vida, aunque él mismo reconoce que los dones de su madre no eran propios, sino “regalos de Dios concedidos a esta mujer para el bien de toda su familia”.

 

Precisa también que Mónica no sólo ayudó en el camino de conversión de su hijo Agustín, sino también en el de su esposo Patricio, “quien era pagano y se convirtió poco antes de morir gracias al ejemplo y testimonio de fidelidad de su mujer”.

 

“Agustín también señala que Mónica es aquella que dio a luz a su hijo tantas veces como lo veía alejarse de Dios. Ella no sólo dio a luz y lo llevó en su vientre una sola vez, generándolo a la vida, sino que cada vez que ella veía a su hijo alejarse de la fe, comenzaba un nuevo parto, un nuevo dolor”, señala el P. Pasquale.

 

En este sentido, reitera que “en ella había necesidad de generarlo nuevamente, de generar de nuevo a su hijo a la fe”. Por lo tanto, su maternidad no sólo es biológica, sino también espiritual.

 

“Fue ella quien lloró, sufrió, luchó y siguió a su hijo allí donde fuera necesario”. Un comportamiento que, según precisa el sacerdote agustino, “no era habitual en la sociedad romana del siglo IV”.

 

“Es impensable que una mujer se embarque y siga a su hijo, primero a Roma, y luego a Milán. Tampoco es normal que una madre se encuentre con varios obispos para recomendar la salvación de este hijo, como hizo Santa Mónica”, remarca el P. Pasquale.

 

Además, añade que San Agustín “siempre habló de la Iglesia como madre, afirmando que ‘tenemos a Dios como Padre y a la Iglesia como Madre’, porque a través del bautismo genera nuevos hijos a la vida eterna”.

 

Para el rector de la iglesia de los agustinos en Roma, esta idea de “la maternidad de la Iglesia” de San Agustín procede de “la experiencia de maternidad de Mónica”.

 

El legado de fe de su madre Mildred

 

El Papa León XIV, en su primer Regina Coeli desde San Pedro, felicitó a todas las madres en su día, sin olvidarse de aquellas que “ya están en el cielo”. Quizá, en aquel instante cargado de emoción ante cientos de miles de fieles, pensó en su madre, Mildred Agnes Martínez.

 

De raíces españolas, “Millie” —como la llamaban cariñosamente— fue un apoyo fundamental en la vida de Robert Prevost y su legado de fe dejó en él una huella imborrable.

 

Según recuerda el rector de la basílica de San Agustín “el P. Robert siempre ha valorado profundamente la formación cristiana recibida en el seno de su familia, agradeciendo tanto a su madre como a su padre, ya que ambos estaban comprometidos activamente en la catequesis parroquial”.

 

Nacida el 30 de diciembre de 1911 en Chicago, Mildred ingresó en la universidad a los 34 años. Obtuvo un título en Biblioteconomía y también una maestría en Educación. Trabajó en diferentes bibliotecas Chicago, la ciudad que sus padres, originarios de Santo Domingo y Nueva Orleans, eligieron como hogar para formar una familia.

 

Millie, de profunda fe, cantaba en el coro y participaba activamente en la parroquia Santa María de la Asunción en Dolton (Illinois). Junto a su esposo, Louis Marius Prevost, también catequista y veterano de la Segunda Guerra Mundial, enseñó a sus tres hijos los valores cristianos.

 

Cuando era niño, como contaron los hermanos del ahora Papa León XIV, el pequeño Robert jugaba a ser sacerdote en casa e ingresó al seminario a los 14 años. Su madre Mildred, según precisa el P. Pasquale, influyó claramente en su “joven vocación”.

 

Mildred falleció en 1990, cuando el Santo Padre tenía 35 años. En declaraciones a ACI Prensa, el P. Alejandro Moral, prior general de los agustinos y amigo cercano del Pontífice, expresó que fue “un tiempo difícil que le ayudó a caminar y a reencontrarse con la gente, a ser normal, y a querer el bien de las personas”.

 

Además de Santa Mónica y Mildred, su madre terrenal, el “Padre Prevost” —como le llamaban sus hermanos agustinos—, contó siempre con la ayuda maternal de la Virgen María, algo que “demostró en sus primeras palabras, cuando se presentó a los fieles y también en su primera salida pública, visitando nuestro Santuario agustiniano de Nuestra Señora del Buen Consejo en Genazzano”, subraya el P. Pasquale.

 

“Nunca renunciaré a ser agustino”

 

Antes de despedirse de ACI Prensa, el P. Pasquale evoca con emoción el encuentro vivido el martes 13 de mayo —memoria de la Virgen del Perpetuo Socorro, una de las grandes devociones agustinianas— con su hermano, hoy Sucesor de Pedro, en la Curia General de los Agustinos.

 

Ese día, el Papa León XIV sorprendió a todos con una visita a la casa agustiniana de Roma, el mismo lugar a donde, siendo cardenal, solía acudir casi a diario para compartir el almuerzo con la comunidad.

 

“Nos dijo que, como Papa, ha tenido que renunciar a muchas cosas: a conducir un coche, a caminar libremente… Pero afirmó que nunca renunciará a ser agustino, ni a sentirse nuestro hermano”, relata el sacerdote.

 

En el fondo, según recuerda el P. Pasquale, esas palabras no eran nuevas, ya que son las mismas con las que se presentó ante el mundo por primera vez: “Soy un hijo de San Agustín, agustino, que ha dicho con ustedes ‘soy cristiano y para ustedes obispo y en este sentido podemos todos caminar juntos hacia esa patria que Dios nos ha preparado’”.

 

Aquel día, en su saludo desde el balcón de San Pedro, el Papa León XIV llevaba al pecho una cruz cargada de significado. En su reverso, guardaba pequeñas reliquias, entre ellas una de Santa Mónica, la madre que supo amar hasta el extremo.

AcaPrensa / Almudena Martínez-Bordiú / AciPrensa

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