Entrevistado por Lothar C. Rilinger, Jean Pateau OSB, abad de Fontgombault, defiende la celebración de la liturgia según el modo extraordinario del rito latino, subrayando su dimensión contemplativa y su atractivo para jóvenes. El abad asegura que unidad no equivale a uniformidad, critica imposiciones litúrgicas y aboga por un diálogo sincero. Considera que la tradición puede enriquecer la evangelización y fortalecer la vida espiritual.
La abadía de Fontgombault, fundada en 1091, ha tenido una historia llena de altibajos. Este conjunto monástico, de gran valor también desde el punto de vista artístico y marcado por el estilo románico, pertenece de nuevo a la orden benedictina, concretamente a la congregación de Solesmes. La comunidad religiosa de Fontgombault celebra la liturgia según la forma extraordinaria. Sobre los fundamentos y la evolución de esta elección litúrgica, el abad Jean Pateau OSB conversa en una entrevista con el abogado Lothar C. Rilinger para Kath.net.
En su monasterio celebran la misa en el rito antiguo. ¿Cree que esta forma de celebración podría poner en peligro la unidad de los fieles?
En primer lugar, debo hacer una aclaración. En la abadía, la misa conventual no se celebra según el Misal de 1962, llamado Vetus Ordo o rito antiguo, sino según el Misal de 1965. Este misal es el resultado de la implementación de la reforma exigida por el Concilio el 4 de diciembre de 1963, pero mantiene una estrecha relación con el Misal de 1962, conservando el ofertorio y la mayoría de los gestos. Además, hemos optado por usar el calendario actual para el santoral. Conservamos el antiguo temporal, que incluye el tiempo de Septuagésima, la octava de Pentecostés y las Témporas, pero celebramos la festividad de Cristo Rey el último domingo del año litúrgico junto con la Iglesia universal. Todo ello contribuye a una aproximación al misal actual de 1969.
Para responder más directamente a su pregunta sobre la unidad eclesial, quisiera recordar que Benedicto XVI abordó dos preocupaciones en su carta a los obispos con motivo de la publicación del Motu proprio Summorum Pontificum, preocupaciones que se oponían a la publicación de dicho texto:
la de menoscabar la autoridad del Concilio Vaticano II y cuestionar la reforma litúrgica;
la de provocar disturbios e incluso rupturas en las parroquias.
Respecto a la primera cuestión, cabe recordar que el abad primado de Beuron envió al papa san Pablo VI un ejemplar de la edición postconciliar del misal Schott poco después de la publicación del Ordo Missae de 1965. El 28 de mayo de 1966, el cardenal Cicognani, secretario de Estado, respondió en nombre del Papa con una carta de agradecimiento, en la que afirmaba: «Lo característico y esencial de esta nueva edición revisada es que representa la perfecta culminación de la Constitución litúrgica del Concilio».
Respecto al segundo punto, creo que debemos evitar caricaturas simplistas. Existen lugares donde hubo y hay rupturas. Pero también hay otros donde reina la paz. Muchos se sorprenderían al descubrir que la mayoría de los jóvenes que desean ingresar en comunidades llamadas tradicionales no provienen de un entorno tradicional. Yo mismo soy un ejemplo de ello.
Los jóvenes que se acercan a estas comunidades tradicionales son muy libres en su práctica litúrgica y han abandonado su comunidad parroquial hace tiempo.
La unidad en la Iglesia no significa uniformidad. Un ejemplo de ello es la Iglesia oriental.
Trabajar por la unidad no equivale a trabajar por la uniformidad. Incluso diría que imponer la uniformidad perjudica la unidad. La cuestión es cómo trabajar por la unidad. Esta fue, me parece, la perspectiva de Benedicto XVI.
¿Desean los fieles en Francia asistir a la misa según el rito antiguo?
Esta pregunta es difícil de responder, ya que el Misal de 1962 apenas recibe atención. Pero lo que sí podemos afirmar es que las personas que asisten a este tipo de celebraciones perciben su dimensión contemplativa y se centran más en Dios. Muchos están dispuestos a participar ocasionalmente en misas celebradas según este misal y reconocen abiertamente que fortalece su fe.
Ya Benedicto XVI señaló en la carta citada anteriormente que, contra toda expectativa, «muchas personas seguían muy apegadas al antiguo misal». Y es cierto; podemos añadir que muchas personas que lo descubren terminan estableciendo un vínculo con él.
¿Ha notado que son especialmente los jóvenes quienes valoran la antigua forma del misal y, por ello, asisten con más frecuencia a la Iglesia?
Puedo testimoniar que un joven religioso, tras asistir a una misa según el Vetus Ordo, me hizo una pregunta totalmente inesperada: «¿Cómo es posible que la Iglesia nos haya ocultado esto?» Otros me han expresado su deseo de asistir a una misa según este Ordo.
El primer contacto con la misa en su forma antigua puede ser sorprendente: «He venido aquí porque la gente habla mal de ustedes…». Desde entonces, esa mujer ha seguido asistiendo. Los jóvenes que hoy perseveran en su práctica religiosa tienen exigencias elevadas. Sumergidos en un mundo hiperconectado y ruidoso, en el que las noticias son omnipresentes, valoran el silencio y la sobriedad de los textos del Vetus Ordo. Ese carácter más expresivo, menos intelectual, me parece una ventaja en el plano pastoral.
Se dice que los fieles que asisten a misas según el Vetus Ordo tienen una práctica religiosa más regular. Lo creo sin dudar. Pero también creo que lo mismo ocurre con los jóvenes vinculados a una parroquia o a una comunidad de vida.
¿Podría la celebración según el rito antiguo ser también un medio para iniciar una nueva evangelización?
Para responder bien a su pregunta, volvamos al Misal de 1965. Pierre Jounel dedicó en 1965 un libro a los ritos de la misa. En la introducción observaba: «Cuando en 1962 la Congregación de Ritos publicó una nueva edición típica del Misal Romano, nadie tuvo la impresión de estar ante una auténtica novedad. Por el contrario, el 7 de marzo de 1965, sacerdotes y fieles descubrieron una nueva liturgia: el uso de la lengua vernácula, la celebración de la liturgia de la Palabra fuera del presbiterio, el hecho de que el celebrante ya no recitaba en voz baja los textos proclamados por un clérigo o cantados por la asamblea».
Estas reflexiones de un liturgista que vivió la reforma, junto con la evaluación del papa Pablo VI mencionada anteriormente, me parecen que confieren al Misal de 1965 una autoridad particular y, por tanto, una eficacia misionera específica. A partir de ello quisiera responderle.
Jounel prosigue en su introducción señalando que «desde el 7 de marzo, ciertos problemas que suscitó la reforma litúrgica han madurado sorprendentemente rápido» —el imprimatur del libro es del 16 de julio de 1965—. Con la celebración de cara al pueblo, gestos heredados de la Edad Media como los numerosos besos al altar, la bendición de las oblatas, las repetidas genuflexiones o la recitación en voz baja del canon se convirtieron en una verdadera carga para los sacerdotes, que hasta entonces seguían las rúbricas con total tranquilidad. Y ese es precisamente uno de los reproches al misal actual.
El vínculo entre la celebración de cara al pueblo y el hecho de que los gestos litúrgicos se conviertan de repente en una carga es notable y me parece una prueba de un cambio en la disposición mental y espiritual de esos sacerdotes. ¿Por qué esos gestos que hasta ahora eran naturales se vuelven una carga? ¿El sacerdote se avergüenza? ¿Le parecen ridículos porque los fieles lo observan haciendo lo que antes hacía únicamente ante Dios? No todos son capaces de ignorar las miradas que los siguen.
¿No habrá ocurrido una transformación similar en la disposición interior de los fieles? El innegable anhelo de santidad, tanto entre los jóvenes como entre muchos fieles, merece que los liturgistas escuchen esta cuestión, que nos detengamos a reflexionar. El mérito de la exhortación apostólica Desiderio desideravi es haber abordado esta cuestión.
Hoy en día, hay sacerdotes que confiesan celebrar en privado según el Vetus Ordo. Esto alimenta su vida espiritual. Aunque la Eucaristía no es asunto de devoción personal, no se puede reprochar a un sacerdote que extraiga de ella alimento espiritual. En este sentido, podemos lamentar la renuncia a la orientación al ofertorio y la drástica reducción de los gestos.
Además, creo que la evangelización podría sin duda fortalecerse mediante el redescubrimiento de la orientación y los gestos tradicionales, que podrían integrarse libremente al misal actual, recordando que la Eucaristía es la memoria viva de la redención, que hay un Otro que se hace presente y ante quien todos se postran en adoración. El único sujeto de la liturgia es el Cuerpo místico de Cristo, cuya cabeza y único Sumo Sacerdote es Él mismo, y cuyos miembros son los sacerdotes y los fieles. Un enriquecimiento mutuo de los dos misales debería ir acompañado de una catequesis mistagógica al estilo de los Padres de la Iglesia.
¿Cree usted que el Motu proprio Traditionis Custodes del Papa representa una ruptura con la teología de Benedicto XVI / Ratzinger, que justamente había permitido la celebración en el rito antiguo?
No se puede negar que los papas Juan Pablo II y Benedicto XVI permitieron la celebración según el Vetus Ordo. Benedicto XVI también abrió el camino a una influencia mutua entre los dos misales, primero con la elección de la terminología: forma ordinaria y forma extraordinaria del mismo rito romano, luego con la exhortación: «En el antiguo misal pueden y deben incorporarse los nuevos santos y algunas de los nuevos prefacios… En la celebración de la misa según el misal de Pablo VI, esa santidad que atrae a muchos hacia el rito antiguo podría expresarse más claramente que hasta ahora».
Es sorprendente que la comisión Ecclesia Dei tardara 13 años en introducir nuevos santos y prefaciones en el misal antiguo. Tal retraso solo puede explicarse por la resistencia, quizá proveniente de sectores que desean conservar el misal antiguo sin ninguna adición, o de liturgistas que, tras la supuesta muerte del Vetus Ordo, se oponían firmemente a su actualización por temor a prolongar su uso.
Me parece importante releer la carta de Benedicto XVI a los obispos con motivo de la publicación del Motu proprio Summorum Pontificum, donde expone sus objetivos:
- una reconciliación interna dentro de la Iglesia;
- que todos los que realmente anhelan la unidad puedan permanecer en ella o reencontrarla.
¿Se ha producido la reconciliación deseada? Hay que admitir que no. La Iglesia, sus miembros, obispos, sacerdotes y fieles sufren por ello, aunque por razones diversas.
Sin embargo, el Motu proprio Summorum Pontificum logró, sin duda, apaciguar la situación. Inauguró una nueva era.
Siempre he pensado que esa era no perduraría si no se trabajaba realmente en la dirección deseada por Benedicto XVI. Ese trabajo no se ha llevado a cabo.
El Motu proprio Traditionis Custodes del papa Francisco ha cambiado ahora la disciplina. La situación se ha vuelto más difícil para los fieles apegados al antiguo misal. Algunos se han dirigido a la Fraternidad Sacerdotal San Pío X. Otros recorren muchos kilómetros para asistir a una misa según el misal de 1962 o 1965 o para recibir un sacramento. En muchos lugares, las tensiones han resurgido. Los celos se intensifican; los malentendidos aumentan, sobre todo cuando crece el número de fieles que asisten a la misa según el Vetus Ordo y su media de edad es baja. Quien busque motivos políticos tras este éxito se equivoca. Si los fieles acuden a estos lugares, es sencillamente porque allí encuentran lo que buscan.
El Motu proprio del papa Francisco interrumpió el trabajo de aproximación entre los dos misales que había deseado Benedicto XVI.
A mi parecer, hay dos razones para retomar ese trabajo.
Primero, no podemos ignorar que el Concilio Vaticano II tuvo lugar y que se promulgó la constitución litúrgica Sacrosanctum Concilium, que exige una reforma del misal. Mantener el misal de 1962 o el antiguo pontifical me parece difícilmente compatible con este hecho.
En segundo lugar, no podemos ignorar el fuerte descenso en la práctica religiosa. Contrariamente a lo que a menudo se afirma, el atractivo del antiguo misal no se limita a ciertos países europeos o a Estados Unidos. Por tanto, cabe preguntarse si un rito más expresivo no podría frenar en parte ese declive. Las reacciones de los fieles y turistas que, por casualidad, asisten a una misa conventual en nuestro monasterio y se sienten profundamente conmovidos me hacen creer que un enriquecimiento del misal de 1969 —según se desee— en cuanto a los gestos, concretamente el uso del ordinario del misal de 1965 con su ofertorio y su orientación, no quedaría sin fruto. Sería legítimo entonces que todos los sacerdotes y cristianos pudieran beneficiarse de ello.
El misal de 1969 es una obra elaborada por liturgistas eruditos, un misal desde arriba. Tras más de 50 años, podemos —aprovechando la experiencia acumulada y las opiniones de un gran número de fieles y sacerdotes— iniciar un camino sinodal que, para algunos, puede ser también un camino de sanación. La Iglesia y su liturgia solo pueden enriquecerse con ello.
El papa Francisco nos había invitado este año a ser peregrinos de la esperanza. Quiero creer que será posible un diálogo, y que ese diálogo beneficiará a toda la Iglesia. Pero un verdadero diálogo solo puede darse en la confianza, en la verdad y en la apertura a lo que el otro puede enseñarme.
La Eucaristía es el sacramento del amor de Dios, en el que Cristo se entrega. Demasiados fieles, sacerdotes y obispos están divididos por este sacramento, mientras Cristo está allí presente con su cuerpo, su sangre, su alma y su divinidad, mendigando amor.
AcaPrensa / Kath.net / InfoCatólica
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