2 mayo, 2025
Hemos pasado la jornada del primero de mayo, las aguas están muy revueltas, mucho más de lo que se trasluce y de lo que podemos ver, que ya es mucho. El Papa Francisco ya no está y parece que algunos no se han enterado, lo que era ya no es, los mecanismos de los últimos años ya no existen y lo que venga, será mejor o peor, ya veremos, sin duda será muy distinto. Los males nunca vienen solos, son muchos los que pueden ver en Parolin un mal menor, nunca un bien, no creemos que tenga muchas posibilidades y menos después del episodio vivido. Ayer momentos de enorme tensión en el Vaticano, han saltado todas las alarmas, Parolin no es un niño, tiene setenta años, y aunque controla sus emociones, todos sabemos que cuenta con una personalidad muy influenciable, no son momentos fáciles y ha necesitado un equipo médico por una hora. Parece que está fuera de peligro, eso nos dicen, y que todo era una subida de tensión. Nos vamos a enfrentar a los artículos de hoy que más que noticias nos acercan a aire que tira entre los cardenales, una cosa es lo que se dice en público y otra, muy distinta, lo que se comenta en privado.
Los ‘Novendiali’, el ciclo de santas misas en sufragio por el Sumo Pontífice difunto ven cómo se reduce el reducido número de asistentes, ya de por sí escasos, a medida que pasan los días. Los organizadores intentan distribuir a los cardenales en semicírculo para dar sensación de plenitud, pero las sillas, ya disminuidas en los días anteriores, eran visiblemente menos, algunas de las cuales permanecieron vacías. Algunos cardenales siguen prefiriendo las celebraciones con pequeñas comunidades que no ven desde hace tiempo en la ciudad y prefieren dedicar tiempo a las conversaciones personales para poder aclarar los pensamientos y conocer a sus hermanos. «Hay más libertad para hablar personalmente sobre algunas ‘candidaturas’ que uno suele hacer».
¿Qué tipo de Iglesia encontrará el 267º Pontífice? A medida que se acerca el Cónclave, crece la anticipación y, con ella, el peso de las preguntas sobre el futuro de la Iglesia Católica. ¿Qué Papa será elegido por los cardenales? ¿Qué prioridades deberá abordar? La conversaciones se desarrollan entre recuerdos y reflexiones: lo que ha sucedido en los últimos doce años, de lo que está surgiendo en las Congregaciones Generales, de esperanzas y de temores. Pesa y mucho el documento que ha circulado anónimamente en 2022 entre los miembros del Colegio Cardenalicio, atribuido a Pell, que pinta un cuadro dramático del estado de la Iglesia bajo el pontificado de Francisco.
La primera prioridad indicada por el memorando es quizás también la más urgente: la restauración de la unidad de la Iglesia a través de la claridad en la doctrina de la fe y de la moral. En los últimos años, la falta de intervención correctiva del papado ante las propuestas heterodoxas surgidas en diversos contextos –desde el Sínodo alemán hasta el cardenal Hollerich– ha generado confusión, reforzando la impresión de que Roma ya no es un líder, sino un espectador. El autor escribió: “Roma loquitur, confusio augetur”, denunciando la pérdida de la función del Papa como garante de la ortodoxia. El próximo Papa, espera el documento, tendrá que volver a poner a Cristo y la enseñanza apostólica en el centro, reafirmando con valentía verdades incómodas para el mundo, pero esenciales para la Iglesia: la indisolubilidad del matrimonio, la verdad sobre el hombre y la sexualidad, la centralidad de la Misa y del sacramento de la Penitencia, la necesidad de la misión.
El memorándum acusa al pontificado de Francisco de haber reducido el Estado de la Ciudad del Vaticano a una zona de inestabilidad jurídica y autoritarismo procesal. La justicia ha sido manipulada: juicios realizados sin garantías, leyes modificadas ad hoc, falta de transparencia, despidos arbitrarios. El nuevo Pontífice deberá restablecer urgentemente el primado del derecho en la Iglesia, a partir de la Curia Romana y el respeto de los derechos fundamentales de toda persona. La reforma de la justicia vaticana, así como la de las finanzas, no puede ignorar criterios de verdad, equidad y legalidad. Los continuos escándalos financieros han minado gravemente la confianza en la gestión del Vaticano. El nuevo Papa deberá completar la reforma financiera iniciada y luego interrumpida por Francisco, garantizando competencia, transparencia e independencia en los procesos de toma de decisiones. Pero el memorando advierte: la verdadera emergencia no es el presupuesto, sino la fe. El mayor peligro para la Iglesia no es el déficit económico, sino el espiritual. Las reformas financieras son importantes, pero no deben convertirse en el objetivo de la Iglesia.
El mayor riesgo que señala el documento es que la Iglesia universal se fragmente en una especie de federación de iglesias locales, cada una con su propia doctrina. El Sínodo Universal, según este memorando, ha perdido su rumbo, convirtiéndose en un proceso indefinido, costoso y dispersivo. El nuevo Papa tendrá que redefinir los límites del proceso sinodal, evitando que se convierta en una plataforma de cambios doctrinales, y reafirmar el principio de “unitas in necessariis”: unidad en las cosas esenciales. Una de las acusaciones más duras contra el pontificado de Francisco es la disparidad de trato: tolerancia hacia las derivas teológicas, severidad hacia los fieles atados a la Tradición. Los monasterios contemplativos y los sacerdotes tridentinos fueron perseguidos sin motivo. Además, muchos superiores generales han aprovechado la ola de la violación de la ley para poder cometer abusos de autoridad y de conciencia contra monjes, monjas y monasterios que tienen en la mira por motivos personales. La autonomía de los monasterios sui iuris ha desaparecido. El nuevo Papa tendrá que sanar estas heridas, promover la reconciliación litúrgica y devolver la dignidad a los carismas que han sido marginados. También es necesario volver a conectar con los jóvenes clérigos y seminaristas, que a menudo se sienten decepcionados y desorientados.
El próximo Papa heredará una Iglesia cansada, herida y dividida. Pero es precisamente en los momentos de crisis que la Providencia suscita figuras capaces de guiar al pueblo de Dios hacia la verdad. El próximo Pontífice debe ser, ante todo, un hombre de fe profunda, firme en la doctrina, libre de lógicas mundanas, capaz de devolver la esperanza mediante la claridad y la caridad. Ahora más que nunca la Iglesia necesita un pastor, no un administrador; de un testigo, no de un promotor publicitario; de un sucesor de Pedro, no de un portavoz del pensamiento de los medios de comunicación.
¿Qué quieren los cardenales, un sucesor de Francisco o de Pedro? Ésta es una pregunta fundamental que debe responderse con la ayuda de la teología y de la historia de la Iglesia y no simplemente con ideas personales o de grupos de poder. Es hora ahora de iniciar una reconciliación interna en la Iglesia, con una clara conexión con toda la Tradición y no con sus últimos destellos, como ha sido costumbre desde hace algún tiempo, desde el Vaticano II en adelante. El último Concilio no es el año cero de la Iglesia, cuando todo comenzó. Se trata de un momento eclesial, un concilio ecuménico, uno de los veintiún concilios de la Iglesia, con una peculiaridad magisterial tal que es fácilmente malinterpretada. Que el nuevo Papa se presente a la Iglesia como el sucesor del apóstol Pedro y no de Francisco, Juan XXIII o Benedicto XVI. El Papa no tiene el monopolio de una idea de pontificado y de la Iglesia, sino que depende de lo que le precede: la fe ininterrumpida de la Esposa de Cristo. La Iglesia precede al Papa en la fe que profesamos porque en última instancia es Cristo quien precede a la Iglesia y al Papa. ¿Querrá el nuevo Papa remediar todo esto?
AcaPrensa / SPECOLA extracto
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