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UN CÓNCLAVE SIN BRÚJULA: EL COLEGIO CARDENALICIO QUE DEJA FRANCISCO

Con la muerte del papa Francisco, la Iglesia católica se prepara para uno de los cónclaves más inciertos de las últimas décadas.

 

No solo por la pluralidad de procedencias de los cardenales electores, sino sobre todo por el modelo que ha impuesto el pontífice argentino: un colegio disperso, poco cohesionado y privado de los espacios tradicionales de deliberación. El legado eclesial de Francisco, profundamente marcado por la descentralización y una concepción líquida de la sinodalidad, podría paradójicamente desembocar en una elección menos colegiada, menos madura y con menos conocimiento mutuo entre los electores que nunca.

 

Históricamente, los consistorios extraordinarios o las reuniones formales del Colegio Cardenalicio eran la gran sala de máquinas donde los cardenales debatían los grandes retos de la Iglesia, se conocían y afinaban visiones. Benedicto XVI celebró al menos cuatro encuentros de esta naturaleza en ocho años de pontificado. Francisco, apenas dos en más de doce años: en febrero de 2014, sobre la familia y en agosto de 2022, dedicado a la constitución apostólica Praedicate Evangelium, sobre la reforma de la Curia. Fueron además encuentros breves, más simbólicos que deliberativos.

 

En lugar de fortalecer estos espacios, Francisco apostó por la sinodalidad: un polémico ideal de escucha horizontal, con participación laical y territorial, pero de bordes difusos y resultados escasos en términos normativos o ejecutivos. Lo que se ha ganado en amplitud de voces, se ha perdido en capacidad de concreción y deliberación estructurada. “La Iglesia como una orquesta sinfónica”, decía Francisco. Pero sin ensayo ni partitura común, muchos prelados han tocado en soledad.

 

Cardenales desconocidos entre sí

 

Este modelo ha producido un efecto colateral inquietante: un Colegio Cardenalicio donde muchos no se conocen. Francisco nombró a 108 de los 135 cardenales electores (más del 80%), muchos de ellos provenientes de diócesis periféricas o incluso desconocidas en el mapa eclesial. Timor Oriental, Sudán del Sur, Mongolia, entre otros, tienen hoy voz en el cónclave. París, Milán o Los Ángeles no.

 

La idea de una “Iglesia que viene del fin del mundo” ha cobrado forma en una estructura donde la representación geográfica ha primado sobre la experiencia de gobierno o la relevancia pastoral. La edad media también ha bajado: muchos cardenales creados por Francisco tienen entre 50 y 60 años, como el ucraniano Mykola Bychok, de solo 45 años.

 

Pero el precio de esta apertura es alto: una comunidad de electores que no ha compartido apenas espacios de deliberación, que no ha discutido temas doctrinales o estratégicos cara a cara, y que afronta la elección de un nuevo Papa sin haber construido consensos previos.

 

La paradoja de una monarquía poco colegial

 

Francisco ha sido el gran impulsor del discurso de la sinodalidad. Sin embargo, su estilo de gobierno —personalista, vertical, a veces hermético— ha reducido los mecanismos clásicos de colegialidad. Ha nombrado cardenales sin consulta pública ni proceso de evaluación conocido, ha marginado a sectores tradicionalmente influyentes en la Curia, y ha gobernado con cercanos, sin demasiadas mediaciones institucionales.

 

El resultado es una paradoja llamativa: un modelo que predicó participación, pero que ha consolidado una monarquía más solitaria que colegiada. Y ahora, esa estructura afronta un cónclave con escasos vínculos internos, sin líderes visibles, y sin que los electores hayan tenido la oportunidad de conocerse en profundidad. Un contexto que complica identificar cualidades tan deseables como la fe, la honradez o la vocación de santidad, difícilmente identificables sin conocer a los afectados.

 

En este escenario, los días previos al cónclave serán más importantes que nunca. Los cardenales tendrán que decidir no solo entre candidatos, sino también entre estilos y modelos eclesiales. Pero lo harán con un conocimiento parcial, quizás sostenido más por rumores que por deliberación conjunta. Y sin una brújula doctrinal clara, el riesgo es que la elección del nuevo Papa esté marcada más por carismas personales o afinidades accidentales que por una visión común de futuro y unidad.

 

El pontificado de Francisco quiso romper moldes. El cónclave que lo sucederá dirá si esa ruptura ha dejado a la Iglesia mejor preparada… o más desorientada.

AcaPrensa / InfoVaticana /Jaime Gurpegui

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