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Un Camino a Seguir en Materia de Inmigración

Un Camino a Seguir en Materia de Inmigración

Continuaremos con nuestra celebración de las “Mañanitas” en la noche del 11 de diciembre en la Catedral de Nuestra Señora de los Ángeles; nuestras festividades empezarán a partir de las 10 pm y tendremos una Misa a medianoche.

Mis hermanos obispos de la Conferencia de Obispos Católicos de los Estados Unidos han designado el 12 de diciembre —Fiesta de Nuestra Señora de Guadalupe— como un día nacional de oración por los migrantes y los refugiados.

Nos damos cuenta de que este es un tiempo de miedo, inquietud e incertidumbre en nuestro país, especialmente para nuestros hermanos y hermanas inmigrantes que son indocumentados y para sus hijos y seres queridos.

Pero oramos con confianza y esperanza. Y creo que en nuestro país hemos llegado a un momento en el que nuestros líderes estarían finalmente dispuestos a unirse para arreglar nuestro sistema de inmigración.

Todo el mundo está de acuerdo en que el sistema que tenemos es defectuoso, y que lo ha sido durante más de una década. Y creo que la gente se da cuenta de que la culpa pasa por encima de las líneas partidistas y de que no podemos encontrar muchos modelos de liderazgo moral o de valor político que podamos exaltar.

Estamos profundamente preocupados por el presidente electo debido a sus drásticas promesas de campaña relativas a las deportaciones.

Pero sabemos también que la administración saliente ha deportado a más de 2.5 millones de personas en los últimos ocho años, más que cualquier otra administración de la historia. Y la gran mayoría de los deportados no son criminales violentos. De hecho, hasta una cuarta parte de ellos son madres y padres de quienes nuestro gobierno se está apoderando en hogares comunes y corrientes.

Esa es la triste realidad acerca de la política de inmigración que prevalece en Estados Unidos actualmente. Nuestro sistema ha sido defectuoso durante tanto tiempo, y nuestros políticos han dejado de tomar cartas en el asunto por un tiempo tan largo, que las personas que ahora estamos castigando se han convertido en nuestros vecinos.

La mayoría de los 11 millones de personas indocumentadas en Estados Unidos han estado viviendo aquí durante cinco años o más. Dos tercios de ellos han estado aquí por lo menos una década. Casi la mitad están viviendo en sus hogares con su cónyuge y sus hijos.

Además, se estima que hay 1.8 millones de jóvenes que fueron traídos aquí cuando niños por sus padres indocumentados. Ellos están viviendo en una especie de limbo: en muchos estados no pueden inscribirse en la universidad o conseguir trabajo.

Esta es la realidad humana de ser indocumentado en Estados Unidos. Tenemos a millones de personas viviendo en el borde de nuestra economía y de nuestra sociedad, viviendo en el constante temor de que un día, sin previo aviso, serán deportados y nunca volverán a ver a sus familias nuevamente.

Y cuando uno mira a los ojos de un niño cuyo padre ha sido deportado —y yo lo he hecho— nos damos cuenta de lo inadecuada que es nuestra política.

Los inmigrantes indocumentados se han convertido en una especie de “chivo expiatorio”, un blanco fácil sobre el cual echar la culpa de los problemas más amplios de nuestra economía y de nuestra sociedad.

Muchos de nuestros vecinos se sienten hoy vulnerables y desprotegidos: están preocupados por sus empleos, por sus salarios, por el declive de sus comunidades, por la amenaza del terrorismo y por la seguridad de nuestras fronteras. No podemos simplemente descartar sus preocupaciones o tacharlas de nativistas o racistas, como algunos lo han hecho. Lo que preocupa a nuestros vecinos es algo real y tenemos que tomar en serio sus preocupaciones.

Pero los trabajadores indocumentados no son el problema. El verdadero problema es la globalización y la desindustrialización y lo que esto le está haciendo a nuestra economía, a nuestras estructuras familiares y a nuestros vecindarios. Esta no es una cuestión relativa a la “clase obrera blanca” solamente, como lo reportan los medios de comunicación. Los blancos, los latinos, los asiáticos, los negros y otros están sufriendo por la ruptura de las familias y la desaparición de los trabajos bien pagados que son lo que hace posible apoyar a una familia.

En el momento actual debemos dejar de permitir que los políticos y las figuras de los medios de comunicación hagan de la inmigración una especie de “cuña”” que nos divide. Tenemos que dejar de lado la política y concentrarnos en las personas. Tenemos que reunirnos para estudiar juntos los problemas y encontrar soluciones.

La verdad es que en realidad existe un amplio consenso público sobre el camino a seguir. Y eso me da mucha esperanza para el futuro.

Hay un extendido acuerdo en que nuestra nación tiene la obligación de asegurar sus fronteras y de determinar quiénes entran en el país y cuánto tiempo se han de quedar. También hay un amplio acuerdo en que necesitamos actualizar nuestro sistema de inmigración para que podamos recibir a los recién llegados que tengan las características y habilidades que nuestro país necesita para crecer.

Incluso hay un consenso público sobre cómo tratar a los indocumentados que viven entre nosotros.

Prácticamente todas las encuestas de los últimos años han demostrado que existe un desbordante apoyo en cuanto al hecho de otorgarle a los indocumentados una ruta generosa hacia la ciudadanía, siempre y cuando que cumplan con ciertos requisitos tales como aprender inglés, pagar algunas multas y tener un trabajo que cause impuestos.

Estos puntos básicos deben constituir la base para las propuestas de una reforma migratoria justa y misericordiosa.

Tenemos un consenso en la opinión pública. Lo que estamos esperando es que los políticos y los encargados de los medios de comunicación tengan el deseo y el valor de decir la verdad y de guiarnos.

Oren por mí esta semana, que yo estaré orando por ustedes.

Y confiémosle nuestros corazones y preocupaciones a la Virgen del Tepeyac, Nuestra Señora de Guadalupe, que es nuestra madre y la protectora de nuestras familias.

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