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Quería ser una voz. Despedida de Radio Vaticano

Quería ser una voz. Despedida de Radio Vaticano

Aldo Maria Valli / Duc in altum

Queridos amigos de Duc in altum, lo que propongo aquí es la carta, llena de amargura y dolor, que Laura De Luca, voz histórica de Radio Vaticana, sintió la necesidad de escribir a los responsables del Dicasterio Vaticano para la Comunicación. Laura se jubila después de cuarenta años en la radio de los papas. Una larga experiencia, llena de oportunidades y satisfacciones, pero también marcada, en la parte final, por muchas decepciones. La carta no es una salida. Es un testimonio.

Quería ser solo una voz
Laura de Luca

Desde niña quise trabajar en la radio. Ser solo una voz. Me ha sido concedido. Primero un año en la radiodifusión privada, luego los últimos cuarenta en Radio Vaticano. No era una radio cualquiera, especialmente para una incrédula como yo. Sí, a pesar mío, no creo en Dios, quisiera, pero no puedo. (Ya he escrito públicamente sobre esto, nunca he ocultado nada). Por lo tanto, podría haber sido agotador contar crónicas del mundo y del Magisterio de la Iglesia pretendiendo o esperando creerlo tarde o temprano. En cambio, en estas cuatro décadas he tenido la oportunidad de mirar el mundo desde un observatorio privilegiado, que no era sólo la Ciudad del Vaticano, sino la perspectiva cristiana en sentido universal.

Tal vez fui menos agnóstica de lo que pensaba. Los pontificados de Juan Pablo II y Benedicto XVI me formaron literalmente en una visión de la vida centrada en el respeto por el hombre y su, muchas veces inconsciente, necesidad de trascendencia. Los extraordinarios cambios de época hicieron el resto, las muchas noticias anunciadas desde aquí, la cercanía con compañeros de todo el mundo, a menudo desplazados de aquellos países donde Radio Vaticano era la única voz libre y alternativa, a veces escuchada a escondidas. Hoy sé que los hombres, incluido yo misma, necesitan a Dios más de lo que creen y de lo que se les permite expresar, a menudo en nombre de ideologías incluso radicalmente opuestas.

(…)

De niña quería trabajar en la radio, dije. Ser solo una voz. Me gustaba la pobreza de la radio. Le basta una voz, un ruido, una música. Qué franciscana es la radio, a pesar de todo. Económica, si se desea. Qué humilde y revolucionaria en su sencillez. Y lo espiritual que es. Cuánto puede enseñar incluso a los lenguajes y herramientas más innovadores y populares en la actualidad. Siempre he sabido desde el principio, aun sin saberlo, que es la manera apropiada de acercarse y a la vez de llegar lejos, de quedarse en la superficie llendo haste el fondo, de consolar y a la vez de denunciar, de gritar y hablar en voz baja, pero sobre todo de levantar los ojos al cielo, gritando la Buena Nueva desde los tejados.

(…)

Sin embargo, (El desarrollo de las plataformas digitales) (…) exige atención y sugiere un recordatorio: lo que sucede, incluso dentro de la Iglesia, parece ser una peligrosa confusión entre el cómo y el qué. Todavía y siempre atrapados en la búsqueda del mundo, los «hombres de Dios» (sean sacerdotes o laicos al frente de estructuras importantes) parecen preferir mantenerse al día con la tecnología y el marketing, incluso a costa de olvidar la primacía del mensaje Que no es sólo el medio, como profetizó McLuhan. Pero eso, en la boca de los hombres de Dios, esperaríamos que fuera mucho más. Como una pobre «atea cristiana» (no una atea devota), todavía espero que alguien regrese para difundirlo, y tal vez incluso que me enseñe cómo difundirlo. Precisamente en beneficio de todos los «pueblos» de la tierra, de los últimos en particular, y de nosotros los primeros.

 

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