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Fe en la creación evolutiva desde una cosmovisión cristocentrica

Fe en la creación evolutiva desde una cosmovisión cristocentrica

La Iglesia en muchos lugares del mundo comienza a importarle la meditación. La Iglesia siempre ha pensado que antes de trabajar en el mundo, tú tienes la obligación de trabajar sobre ti mismo, porque hay mucho que corregir en la persona. Entonces, cuando estés en buenas condiciones, puedes hacer mucho mejor tu trabajo y tu aporte a la sociedad.

¿Qué es la meditación cristiana?

Dios ha revelado su Nombre como Aquel que siempre Está (YHWH) pues, en la mentalidad hebrea bíblica ser no es existir, sino sólo estar. Ahora bien, por nuestra parte nuestros problemas cotidianos son principalmente porque nuestra voluntad no dirige nuestra mente para estar en lo que estamos. Siempre nuestra mente tiende a no estar donde se está. Luego, la meditación cristiana es tener la mente donde se está, para encontrarse con Aquel que ha prometido siempre ESTAR y que camina al paso que puedo andar. El retiro de meditación cristiana es entonces una posibilidad, enseñanza, aprendizaje y entrenamiento para ello. Las personas experimentan mediante ejercicios de meditación cristiana, sin propiamente orar ni rezar, que es posible una experiencia de Dios.

Es un aprendizaje. Meditar es la forma de oración pura. La meditación cristiana es camino de gratuidad, tolerancia y compasión. Se trata de meditar para actuar y transformar el mundo partiendo por mi mundo.

Meditar es vivir una respuesta contemplativa profunda. No existe una oración de tiempo parcial, porque el Espíritu Santo inhabita en la creación y está siempre en nuestros corazones. Meditar es entregar por completo nuestra consciencia a esta realidad, y que perdure en el día y en nuestras actividades. Sólo la consciencia puede experimentar la consciencia, por ello toda espiritualidad requiere de meditación.

El problema es cuando la religión nos enseña a sentirnos satisfechos con el no entender, pone reglas a las reglas y llena de rituales nuestra búsqueda de Dios. Pero Dios ha hecho nuestra insatisfacción a su medida, es eterna; sólo Él la puede llenar.

La meditación cristiana es un estado mental, una opción contemplativa en medio de la cotidianeidad, que además subyace a todas las formas de oración cristiana (eucaristía, rosario, alabanza, adoración al Santísimo, oraciones de petición, rezos, reflexión de lecturas bíblicas, preparación para la confesión, etc.).

Se trata de quedarse quietos para abrir el corazón al movimiento del Espíritu Santo. De aprender a vivir en la Presencia Gratuita de Dios, por medio de un peregrinaje al centro de tu corazón. Es descubrir que el universo es la fantasía y sólo Dios es real. Si Dios tiene Presencia puede experimentarse.

Meditar es estar en tiempo kairós y generarlo en mi kronos cotidiano, lo cual, es posible “conforme a las riquezas de la Gracia de Dios, que la hizo sobreabundar hacia nosotros en toda sabiduría e inteligencia, dándonos a conocer el misterio de su voluntad” (Ef. 1,7b-9a). Meditar cristianamente nos ayuda a conocer la voluntad de Dios en mi ser.

La meditación va conformando nuestro ser a esa forma de ser en Dios, para vivirlo a Él en lo que sea nos toque vivir. Eso es Shalom (que en hebreo es integridad; soy un entero; enteridad en mi mismidad; la paz es producto del Shalom).

¿Para qué meditar?

El verdadero propósito de la meditación es en realidad sintonizar, no para alejarse de todo, sino para estar en contacto con todo. La meditación es una manera de conseguir un espacio entre tus pensamientos.

Para que en vez de tratar de encontrar un sentido a tu vida, suspendas esa pregunta y puedas dejar primero que tu mente explore tu mente y aprendas quien eres, explorando quien eres… Los seres humanos no sabemos en qué consiste nuestra experiencia. Hay que darse el tiempo. Nuestra comprensión del yo propio, de lo que significa ser persona es inseparable de nuestra comprensión del otro, de otra persona con el que entramos en relación, además inseparable de la opinión que los demás se hacen sobre nosotros, de nuestra comprensión de cómo nos relacionamos con los demás y de cómo nos ven los otros. Sin esta red de conexión no es posible tener una mente humana

Se trata de meditar para que Dios no sea una realidad, sino sea mi Realidad, el amor de mi vida, sin conveniencias. Y ser hombres y mujeres de fe, más que de religión, pero revalorando o reorientando las piedades personales desde la Gratuidad.

Para estar más despiertos, progresando en niveles de autoconsciencia, viviendo en lo que es, no en lo que hay. Para ir a nuestra inevitable muerte en paz, con experiencia y para dejar una herencia. Vivir una vida que vale la pena recordar y que la recuerden.

Para poder soltar mis religaciones, mis apegos, expectativas, supuestos, exigencias y ver al otro dejándolo aparecer, dejándolo ser; y así luego, junto a los otros, en comunidad, realizar una reflexión comprometida y una acción reflexionada.

Para vivir de verdad y ser dueño de nuestra muerte, en cuanto a saber qué voy a heredar como ser humano a mi familia, familiares, amigos, sociedad y al mundo.

Para vivir más conscientemente, porque sólo la vida puede reconocer la vida.

Para tener un diálogo permanente con mi cuerpo y mi sistema inmunitario, y ayudar a los tratamientos y medicamentos.

Para hacer un camino de interioridad y aprehender a Jesús como la realidad de mi existencia, las 24 horas, en la Gratuidad de su amor. Sólo tendré gratuitamente todo de Dios cuando Él tenga todo de mí gratuitamente. Se trata de amar a Dios porque sí, simplemente.

Lo que hacen las células cancerígenas es interrumpir bruscamente la comunicación con el organismo. De repente empiezan a hacer oídos sordos, violan todas las leyes de una región consensuada establecida en el cuerpo y comienzan a hacer lo que les parece. La célula cancerígena es una célula sicótica, en el sentido que es incapaz de entablar conversación, comunicación de ser a ser. Meditando en medio de una enfermedad terminal, la muerte deja de ser algo tan importante, siempre se mantiene como un misterio, pero ya no es esa enorme oscuridad misteriosa, porque cuando se acerca esencialmente lo que se ve es el propio rostro de uno, descubres que en la muerte vas a ser lo que tu experiencia es. La muerte es efectivamente un espejo y lo que ves es el reflejo de tu estado mental, tu estado de presencia. Cuando morimos no es el alma que abandona el cuerpo, sino el cuerpo-espiritual o espíritu-corporal es el que abandona el alma, pues bíblicamente el alma (nefesh) muere.

Aunque no vence, el que medita convence, pues, aprende no a oír sino a escuchar. Y escucha para comprender no para responder.

Por la meditación entiendo que mi felicidad depende de mí y de lo que yo deje que Dios haga en mí. Dios está donde lo dejemos estar, para verlo en el otro y decirle: que Dios te agracie.

La meditación nos va haciendo cada vez más imagen de Dios, que es de gratuidad y ello ha de ser verificado hacia los que menos nos pueden retribuir.

Meditar para descubrir con ternura que Dios es más yo que yo mismo, es más íntimo a mí que mi intimidad. Así se puede vivir dentro de Dios permanentemente y abandonar el miedo.

Meditar nos lleva a un temor reverencial (no miedo) por ser Dios el Absolutamente Otro, pero fundido con el amor. Se trata de descender para ascender; descender a nuestra conveniencia que no nos deja en paz, para ascender a la gratuidad de la que somos capaces, que nos deja la paz. Todo lo que resistimos lo hacemos nuestro enemigo. No hemos por tanto, resistir la Gratuidad, porque la hacemos nuestra enemiga y así salimos del amor, del sentido y permanecemos sólo en nuestras conveniencias.

Se trata de meditar, para concluir que lo místico, lo contemplativo, la capacidad de asombro y de ser agradecido es lo más experiencial que hay. No se puede vivir sin ir a ese pozo, sin ir a beber de él, y a la hora de la muerte es eso lo que tenemos, no tenemos más. Consciencia y experiencia fundamentalmente preceden a la ciencia. Lo único que nos llevamos es nuestra experiencia, nuestra capacidad de experienciar y también experienciar nuestra propia muerte. Se trata de no evadir la realidad de que somos un pozo de eterna profundidad e insatisfacción, de lo contrario, perdemos la posibilidad de ser tabernáculos para el Eterno. Si quienes somos, es el regalo gratuito de Dios, en lo que nos convirtamos será nuestro regalo para Dios.

¿Quiénes pueden meditar?

Cada ser humano puede meditar. Pero para que sea meditación cristiana, supone una fe que descubre que Dios es TriUnidad en Gratuidad. Se trata de llegar a meditar 1 minuto por año de vida al día y durante toda la vida.

La experiencia que hemos acumulado en el Señor son los fracasos acumulados en mi vida. Y eso quizá es porque sólo nos quedamos en los permisos de Dios, mas no en la voluntad de Dios.

Dios nos llama para visitarnos, pero la mayoría de las veces no solemos estar en nuestra casa. La meditación nos ayuda a estar en casa y ordenarla.

Meditar es integrarte a Jesús en el sagrado silencio de una palabra. Es necesario elegir una, hasta tres palabras bíblicas que te sean sagradas, porque son muy significativas para tu historia personal y que te unen a Jesús.

Estar meditando y repetir una vez cada 3 horas estas 3 preguntas: ¿Si no es aquí, dónde? ¿Si no es ahora, cuándo? ¿Si no soy yo, quién?

Hazte una pregunta sobre ti, sea lo que sea, que no tenga más de 4 palabras. Inspira y expira, inspira y expira…varias veces. Ahora vuelve a tu pregunta.

Contacto con el otro, meditando sentado apoyándose mutuamente en la espalda del otro, meditar tocando al otro y con el otro.

El que guía el Retiro de Meditación Cristiana enseñará estos fundamentos y objetivos al grupo de personas y hará más pertinente los ejercicios; y enseñará o guiará otros más.

Es necesario asumir una actitud lúdica frente a la meditación. Si tomas la meditación como algo divertido, la mente no podrá destruir tu meditación. Todo lo que la mente puede hacer no es meditación. La meditación es consciencia, cualquier cosa que hagas hazla con profunda consciencia. Entonces las pequeñas cosas, se transforman en pequeñas grandes cosas: cocinar, limpiar, organizar, participar, orar, etc. No se trata de qué es lo que haces, sino cómo lo haces. Meditación es simplemente lo que experimentarás cuando lo experimentes tú mismo.

LA MEDITACIÓN CRISTIANA ES APRENDER A ESTAR CONSCIENTE DE ESTAR DONDE SE ESTÁ, PARA ENCONTRARSE CON AQUEL QUE SIEMPRE HA PROMETIDO ESTAR CON NOSOTROS HASTA EL FINAL DEL TIEMPO.

“María por su parte guardaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón”(Lc. 2, 19)

Desembocamos con toda naturalidad en la meditación de la que habla Lucas a propósito de María (2,19); preferimos sobre todo ver en ella el movimiento profundo del corazón que asimila la palabra, sin excluir el hecho de que la meditación es una reflexión. No es la meditación en el sentido clásico de la palabra, en el sentido de «»meditar» sobre algo, reflexionar sobre el tema, pesar los pros y los contra, antes de tomar una decisión. Se trata de esto ciertamente, pero de algo más profundo que la meditación de tipo cartesiano.

Tal vez a causa de cierta formación de tipo dualista, que ha separado el cuerpo del alma, tenemos muchas dificultades para comprender la meditación en el sentido en que lo entiende la Escritura. Pertenecemos a una generación formada en las disciplinas modernas y no hemos aprendido a trabajar más que con nuestra inteligencia y nuestra lógica. Entonces, abordamos la Biblia, la literatura patrística o espiritual, con nuestra lógica y reflexionamos sobre Dios o sobre Cristo, pero no les hablamos sino muy raramente. Reflexionamos sobre un tema, tratamos de provocar sentimientos piadosos, tomar buenas resoluciones para el día o para la semana, pero finalmente no sabemos dirigirnos a Dios. Y por eso este género de meditación no nos lleva muy lejos.

La razón de este fracaso es que no hemos encontrado en nosotros el lugar secreto donde la meditación y la oración están ya presentes de una manera misteriosa, pero real. Así, la imaginación, la inteligencia, la sensibilidad dejadas solas son facultades que podemos utilizar con más o menos éxito en la oración, pero son grandes rodeos y caminos estériles. mientras que no ha sido descubierto el corazón.

Por eso el Evangelio insiste en el hecho de que María meditaba en su corazón. Había descubierto en ella ese lugar que la Biblia llama el corazón, y que está mucho más allá de la inteligencia, de la imaginación y de la afectividad. Es el más profundo centro del hombre, donde Dios no cesa de llamarle para que consienta en su amor creador. En cierto sentido, es el lugar de la libertad, la «profundidad de las profundidades» que está a menudo oculto, rodeado por una especie de caparazón de piedra. Es precisamente esta profundidad, el «corazón» lo que está en los orígenes de nuestro ser.

Así recuperamos el uso de estas facultades que haríamos mal en menospreciar, pero a condición de que sean fortalecidas en su fuente. Cuando la fuente de vida divina se libera en nosotros, puede impregnar y embeber desde el interior a nuestra inteligencia, nuestra imaginación y nuestra afectividad. Y es como si entonces una fuente de luz iluminase desde dentro toda nuestra persona.

Volvemos a encontrarnos con el lugar del corazón y del cuerpo en la oración y la meditación. Es curioso que la palabra meditari (que es una traducción de la palabra hebrea hagah) designe un ejercicio no mental sino oral, vocal, que consiste en susurrar un texto que se sabe de memoria y que se repite a media voz.

En el Salmo 1, se define al justo como el que medita la ley del Señor día y noche. Y el Salmo 37 nos precisa esta meditación:

La boca del justo sabiduría susurra,
su lengua habla rectitud;
la. ley de su Dios está en su corazón. (Sal. 37,30-31).

Meditar, es por tanto hacer subir del corazón a los labios la palabra de Dios, para repetirla y susurrarla en voz baja. Por tanto se medita con la boca, cosa bastante inesperada para nosotros, que meditamos sólo con nuestras inteligencias. En el momento en que una palabra de Dios ha golpeado y despertado nuestro corazón, la hacemos subir hasta nuestros labios para susurrarla en la oración.

De esta manera meditaba en su corazón la Virgen. En la anunciación, la palabra de Dios se ha encarnado en ella, y ha mantenido la vela de su corazón despertando esta palabra, y aprovechándose cada vez y sin cesar, de su fuerza oculta. De este modo su corazón fue renovado y fecundado por la palabra hecha carne. Sospechamos que la oración de María era sencillamente la oración de Cristo.

Como su corazón estaba desprendido y atento, vivía con lo más hondo de sí misma; en una palabra, sintonizaba con sus propias profundidades, y por eso la oración de Jesús brotaba en su corazón, a través del susurro del Espíritu que la había cubierto con su sombra.

María rumió la palabra, la acunó en su corazón, como Casiano recomendaba a los monjes, no para adormecerla, sino para mantener el corazón despierto. Entonces brota la. oración de fuego. La chispa salta de la palabra hacia el corazón y vuelve a brotar del corazón hacia la palabra, porque las dos están habitadas por el mismo Espíritu. Entonces nos hacemos capaces de devolver la palabra a Dios, y esta palabra que nos ha fecundado por el Espíritu Santo se convierte en nosotros en oración.

El Espíritu toma en su mano esta palabra para incorporarla a su propia oración, y la hace suya en nuestro corazón. Ahí es, ya lo hemos visto, donde nuestra propia palabra de oración encuentra su eficacia. Descubrimos así el juego mutuo entre oración del corazón y palabra de los labios, entre corazón y palabra. A fuerza de repetir esta palabra con nuestros labios, baja a nosotros, traspasa nuestro corazón y libera la oración del Espíritu aprisionado en nosotros. A su vez la oración del corazón enciende la oración de los labios cuando esta palabra es susurrada en oración ante el rostro de Dios.

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