De cuando rezo el Rosario (X) / Imitadores de Cristo
Mucho antes de que la conferencia episcopal de mi país prohibiera la misa según la forma extraordinaria venía diciéndome que el final de mis días estaba cerca pero, que va!, vivo y sigo viviendo y nada que parece llegar el final.
Un poco de esa espera ha salido el día tras día postergar escribir en el blog pero, dado que sigo esperando, o sea, viviendo, tal vez mejor sigo escribiendo.
Para empezar, recordarles que a partir de la cirugía de marzo pasado he quedado rara.
Ahora mis cavilaciones suenan un poco disparatadas, quizá un poco más que antes tal como, por ejemplo: el otro día me figuraba que, como en Dios no hay tiempo ni espacio que -entonces- la oración, vivida en gracia, viene a ser como una conexión con la eternidad de Dios; tal como nos explica Sacrosanctum concilium la teología de la liturgia.
Por eso J.P. Caussade llama “sacramento” al momento presente ya que el Señor nos comunica en los acontecimientos, entre los que se está la oración, numerosas gracias con las que, no solo llegamos a comprender muchas cosas sino a actuar según Dios; es decir a la manera del Hijo.
Por eso es que se me hace que, un alma en gracia, puede hallar en el momento presente, su camino a Dios.s
Es probable que lo que estoy diciendo sea un disparate, probablemente lo sea pero, lo que no es disparate es la certeza de amor inagotable del que, inmerecidamente, participo en cada Avemaría. u
Que, por dicha, existen las jaculatorias!
De ellas me valgo para rogar a la Madre por su amparo ya que, caramba! No tanto la distracción, ni tampoco falta de modestia o devoción, sino la propia miseria que, por alguna razón, sobreabunda y se me revela al meditar el Rosario.
Sin duda, merezco que se me ponga en mi lugar constantemente.s
Es por eso que resulta una exigencia de la conciencia rogar a María que, por su amparo, merezcamos perdón ya que no encuentro otra forma de llegar al cielo.
Ahora bien, este corazón inquieto que, aunque ama, ni de lejos lo hace perfectamente, se siente muy a gusto con la Sagrada Familia, sobre todo en Navidad y sobre todo rezando el rosario; bendito el cielo que se siente cómoda porque, de verdad, que hay mucha incomodidad por ahí afuera; y no me refiero solo a la pandemia sino a tanta fuerza negativa dentro de la Iglesia a la que parece se le ha dado autoridad para aplastar en asuntos muy específicos.
Y no solo eso sino tanta cosa dura que se nos pide obedecer al punto de esperar de nosotros quedar reducidos a nada; tal como nuestro dulce Jesús.
Y, miserables como somos (y alguno podría querernos), aunque parezca mentira, con el poco aliento que nos queda ardemos en rabia por juzgar que no lo merecemos.
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Vaya, vaya! Así la cosa.
Padre Pío decía que muchos sufren pero pocos saben hacerlo.
Uno tendría que desear ser de los pocos.
Imitadores de Cristo, los llaman.
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Hay una cosa importante que observo y es que los acontecimientos piden una obediencia redentora; es decir, de la que sirve para salvar almas.
Todo parece indicar que el momento presente exige una voluntad adherida a un acción Divina de ese tipo que nos hace recordar que no hay imitación de la figura de Jesús que no entrañe la oblación de uno mismo.
Por el momento, es todo lo que le diré.
A Dios sea la gloria!
Nota: Como siempre, me resultó entrañablemente luminoso el artículo del padre Iraburu titulado “Tradiciones custodes Obediencia o resistencia?»; no solo para aplicarlo a la obediencia que se le pide a los “tradicionales” sino para todos los casos.
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