Atención con idolatrar a Viganò

Les ofrecemos un largo extracto de un artículo de Michael Warren Davies en The American Conservative sobre el ex nuncio Viganò, su papel en el caso McCarrick y la idea de haberse convertido en una suerte de líder del mundo tradicionalista.

(Michael Davies/TAC)- El ex nuncio se convirtió en un héroe para los tradicionalistas después de acusar al papa Francisco de inacción respecto a McCarrick. Pero puede haber una viga en el ojo del acusador.

En 2018 tuve tal pelea en Twitter con una compañera periodista católica que tuve que eliminar mi cuenta e invitarla a comer para disculparme. Discutíamos sobre el “testimonio” que se acababa de publicar del arzobispo Carlo Maria Viganò, antiguo nuncio apostólico (embajador papal) en Estados Unidos.

El arzobispo Viganò afirmó que había avisado reiteradamente a la Santa Sede sobre el entonces cardenal Theodore McCarrick. Acusó al papa Francisco de complicidad en la mala conducta sexual de McCarrick y pidió al pontífice que dimitiera.

Mi colega –una firme apologista de Francisco– no creyó ni por un segundo en Viganò. Por mi parte, me aferré al principio más sagrado del periodismo: no confíes en nadie salvo en Dios y tu madre. De inmediato contemplé la idea de que Francisco había dejado que McCarrick pasara desapercibido, hasta que causó un escándalo tan grande que el papa no pudo ignorarlo. Creí a Viganò y aún le sigo creyendo.

De hecho, el reciente Informe del Vaticano sobre McCarrick corrobora cada una de las afirmaciones del arzobispo. Pero incluye también un matiz interesante.

Según el Informe, Roma sí recibió varias advertencias del nuncio, pero nunca actuó porque no tenían pruebas de la mala conducta de McCarrick. Esto podría haber cambiado (afirman) en 2012, cuando un testigo fiable dio un paso al frente. Este testigo, llamado “sacerdote 3” en el Informe, era un sacerdote de la diócesis de Metuchen, de la que McCarrick fue obispo de 1981 a 1986.

El cardenal Marc Ouellet, prefecto de la Congregación para los Obispos, le pidió al arzobispo Viganò que investigará las afirmaciones del sacerdote 3. Concretamente, le pidió a Viganò que entrevistara personalmente al sacerdote 3, como también al vicario general y al vicario para el clero de Metuchen.

Según el Informe, Viganò nunca lo hizo. De hecho, el Vaticano cita al sacerdote 3 diciendo que estaba “decepcionado” por el silencio del arzobispo y que “sintió que el nuncio no estaba prestando atención a algo que era muy importante para mí”.

Fundamentalmente, Roma está diciendo: “Sí, recibimos los avisos de Viganò. Y le pedimos, como nuestro máximo representante en Estados Unidos, que determinará la verdad de dichas afirmaciones. No lo hizo. ¿Cómo podíamos actuar contra McCarrick sin pruebas? ¿Pruebas que él, como nuncio, era responsable de recoger?”

Debemos ahora darnos cuenta que el Informe McCarrick es un documento muy sesgado. Tal vez el Vaticano estaba matando dos pájaros de un tiro: exonerar a Francisco a la vez que despachar a su crítico más duro.

Sin embargo, creo que es justo que aborde estas preocupaciones en mi análisis del Informe. Los periodistas serios no muestran favoritismos. Además, todo católico que quiera purgar seriamente la Iglesia de los abusadores y sus encubridores debe ser capaz de analizar a cada uno de los prelados, independientemente de sus lealtades.

Tres días después de la publicación del Informe McCarrick, el arzobispo Viganò dio su primera e importante respuesta a las acusaciones del Vaticano. Esperaba que me garantizaran la inocencia de Su Excelencia, pero no me consolaron mucho. Veamos una a una las respuestas de monseñor Viganò.

1) “En el Informe se me acusa de no haber dado seguimiento a la petición de información sobre las acusaciones hechas por al ‘sacerdote 3’ contra McCarrick”.

Bueno, sí y no. Viganò fue acusado específicamente de no haber contactado al sacerdote 3, su vicario general y su vicario para el clero. Es una diferencia crucial.

2) “Informé [a Ouellet] que el caso civil del ‘sacerdote 3’ había sido desestimado sin posibilidad de apelación”.

De nuevo, su tarea no era informar sobre los resultados de un juicio civil. Esta es la razón por la que se le encargó lanzar una nueva investigación. El Vaticano había oído muchos rumores sobre McCarrick y lo que le faltaba eran pruebas sólidas y testigos creíbles.

3) “El obispo Bootkoski, de Metuchen, describió las acusaciones del sacerdote 3 de falsas y difamatorias”.

Podría ser. El obispo Bootkoski es un protegido de McCarrick con su propia historia de mala conducta sexual. Seguramente, alguien tan conocedor de los hechos como Viganò sabría que la mano derecha de McCarrick no sería un testigo fiable.

Además, McCarrick ni siquiera era el acusado en el juicio civil presentado por el sacerdote 3 porque el caso no se presentó contra una persona, sino contra la institución que permitió el abuso. La institución es la diócesis de Metuchen, lo que convirtió a Bootkoski mismo en acusado.

¿Por qué demonios Viganò debería creer las palabras de Bootkoski?

4) “Quienes me han acusado de no haber enviado una comunicación escrita al obispo Bootkoski, ordinario del ‘sacerdote 3’ y obispo de Metuchen, saben muy bien que esto depende de las directivas precisas de la Secretaría de Estado”.

Pero esto no es lo que están diciendo. Se preguntan por qué Viganò no habló con el sacerdote 3, su vicario general y su vicario para el clero, tal como le ordenó el Vaticano. El Informe McCarrick afirma: “Viganò no hizo nada para verificar la verdad de las acusaciones más recientes contra McCarrick –hechas por el sacerdote 3 en 2012– y, por tanto, no proporcionó a la Secretaría de Estado la declaración jurada del sacerdote 3, que era la primera declaración firmada por una persona que afirmaba ser víctima de la mala conducta sexual de McCarrick”.

Añadamos todo esto a la pila de citas dudosas que el Informe McCarrick atribuye al ex nuncio, ninguna de las cuales él ha cuestionado.

Por ejemplo, en su testimonio de 2018, el arzobispo Viganò afirmó que el papa Francisco, tras ser elegido papa, levantó todas las restricciones impuestas a McCarrick por su predecesor, Benedicto XVI. (Benedicto le ordenó retirarse de la vida púbica y llevar una vida de “oración y penitencia”). Sin embargo, el Informe afirma que, en un memorando de 2012, él describía ya esas restricciones como “letra muerta”. Si las restricciones ya no estaban vigentes por lo menos un año antes de la elección de Francisco, ¿cómo pudo el nuevo papa levantarlas?

El Informe también demuestra que, después de que Viganò supuestamente no investigara a McCarrick, ambos establecieron una cálida amistad.

En febrero de 2014, McCarrick se reunió con John Boehner para debatir la frontera Estados Unidos-México. Viganò más adelante escribió a McCarrick: “Le agradezco verdaderamente sus esfuerzos para promocionar la reforma de inmigración y, también, su disponibilidad con una persona como el portavoz Boehner. Sepa también que fue un placer para mí hablar con usted por teléfono a principios de este mes”.

Unos meses más tarde, escribió otra carta a McCarrick. “Eminencia”, escribió Viganò, “gracias por informarme de su reciente viaje a la República Centroafricana y por el magnífico informe que ha proporcionado al Departamento de Estado de Estados Unidos y a la Secretaría de Estado de la Santa Sede. Rezo fervientemente para que sus loables esfuerzos por la paz y la estabilidad en la República Centroafricana den abundantes frutos”.

Las restricciones del papa Benedicto han prohibido de forma sumaria a McCarrick viajar fuera de Estados Unidos. ¿Por qué el arzobispo Viganò le alentaba? ¿Tal vez porque daba por descontado que esas restricciones eran “letra muerta”?

Le he planteado estas inquietudes a uno de los intermediarios de Viganò preguntándole si le entregaría a Viganò algunas preguntas más. No daré el nombre del intermediario, pero puedo decir que se irritó mucho conmigo por dudar de la refutación del arzobispo. No le habló de mis preocupaciones, pero me dijo que confiara en Viganò y abandonara el tema. De nuevo, por una cuestión de ética profesional, no me fío de nadie.

Por consiguiente, desde mi punto de vista, las conclusiones pueden ser tres.

La primera es que la Santa Sede mintiera sobre pedirle a Viganò que hablara con el sacerdote 3, el vicario general y el vicario para el clero. El arzobispo sencillamente se olvidó de mencionar este hecho en su refutación del Informe McCarrick. No parece probable.

La segunda es que, después de saber que el juicio civil del sacerdote 3 fuera desestimado, decidiera no perder el tiempo en un callejón sin salida. La razón por la que McCarrick no fue castigado en 2018, a pesar de los extendidos rumores sobre la “casa en la playa del tío Ted”, es que no existían pruebas sólidas.

También esta segunda opción parece dudosa. Viganò seguramente sabía que el Vaticano no exige el mismo nivel de pruebas que un tribunal civil estadounidense. Un testigo creíble que deseara hacer una declaración jurada sobre el abuso de McCarrick podría haber bastado como prueba para Roma. El testimonio del sacerdote 3 podría haber llevado a la reducción de McCarrick al estado laical en 2012.

La tercera es que Viganò, como diplomático experimentado del Vaticano, temía atacar directamente a McCarrick. Rechazó investigar al poderoso prelado porque temía las represalias profesionales de los aliados que el cardenal tenía en Roma. En cambio, siguió congraciándose con él por el bien de su carrera personal, recordando de vez en cuando al Vaticano el comportamiento perverso de McCarrick con la esperanza de que un superior actuara directamente. Dado lo que sabemos hasta ahora, esta es la conclusión que tiene más sentido.

Ahora bien, si el arzobispo Viganò era solo otro prelado que se negó a acusar a McCarrick, podríamos tal vez simplemente apuntarlo como otro golpe a la moral católica y seguir adelante. Pero si Viganò fue negligente en sus deberes como nuncio, entonces hay enormes implicaciones para el futuro de la Iglesia.

Primero, lejos de tomar una actitud pasiva hacia McCarrick, como muchos de los críticos de Benedicto XVI acusan que este hizo, el papa emérito y sus lugartenientes intentaron activamente pillar a McCarrick por su conducta indebida. Esos esfuerzos no dieron resultado porque el funcionario más superior del Vaticano en Estados Unidos declinó investigar los cargos. En cambio, solo tomó nota del resultado del juicio civil, consultó con el protegido de McCarrick, el obispo Bootkoski, e informó a Roma de que no había prueba de su culpabilidad.

Segundo, cuando Francisco sucedió a Benedicto como pontífice, heredó el dossier sobre McCarrick según el cual se había abierto una investigación sobre la mala conducta sexual del cardenal, que se cerró por falta de pruebas. Tal vez entonces también Viganò citó la conclusión de Bootkoski de que los cargos eran “falsos y difamatorios”.

Francisco tal vez creyó o no los rumores sobre McCarrick. Pero si la nunciatura en Washington oficialmente concluyó que el cardenal era inocente –o que, por lo menos, no se podía demostrar su culpabilidad–, esto tal vez explique (si no excuse) la decisión de Francisco de no seguir con el tema, hasta que surgió un nuevo cargo en julio de 2018: abuso infantil. Nueves meses más tarde, en febrero de 2019, el Vaticano lo redujo al estado laical. Claramente, Francisco aprovechó la primera oportunidad para expulsar a McCarrick.

¿Por qué, entonces, publicó en 2018 el arzobispo Viganò su “testimonio”? La única explicación, en mi opinión, es esta: cuando el escándalo McCarrick se hizo público, Su Excelencia sabía que acabaría implicado por no seguir las indicaciones del Vaticano. Acusó públicamente a Francisco de fracasar en disciplinar a McCarrick, esperando así hacerse querer por los tradicionalistas críticos al papa. Esos tradicionalistas le darían amparo en el caso de que el Vaticano le acusara de complicidad.

Ahora, las fuentes en el movimiento tradicionalista me dicen que Viganò nunca había celebrado la misa en rito extraordinario antes de convertirse en estrella de los tradicionalistas. Parece ser que también apoyaba la ridícula agenda social y de justicia de la Conferencia Episcopal Estadounidense, incluyendo la “reforma migratoria” (léase: apertura de fronteras). Pero ahora él es “nuestro chico” y pocos conservadores católicos están dispuestos a aceptar la idea de que nos ha decepcionado.

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